El caso del tenista antivacunas y sus palmeros

Marco Antonio Torres Mazón

Bob Dylan dice que no se debe componer una canción que hable de una cosa concreta que esté sucediendo en ese preciso momento, ya que pasados cinco minutos esa canción ya se habrá quedado anticuada. Siempre he creído en esa máxima dylaniana y he tratado de evitar, hasta donde he podido, el hacer referencias muy concretas a lo que está sucediendo en estos días. Hoy rompo esa norma por una cuestión de salud personal: o hablo (escribo) o reviento.

Dos semanas dando la matraca con el caso Djokovic, es decir, dos semanas dando el follón con la negación por parte de un tenista a la realidad incuestionable de que hay un virus, una vacuna para ese virus y unas normas de entrada a un país (Australia) que, como todo hijo de vecino, debe cumplir. Pretender hacer de este caso algo similar a Espartaco o a Jesucristo, como hizo el padre del tenista para bochorno de cuantos le oyeron, es de un ridículo tal que no merece la pena mayor comentario. Qué bochorno  tener  que leer artículos en los periódicos (en ciertos periódicos) donde se ponía al mentado tenista como ejemplo y paladín de la libertad. ¿Libertad? ¿Qué libertad? ¿La de contagiarse y terminar hospitalizado o en la UCI a costa de mis impuestos? Rara libertad defiende usted, caballero. Quizá si usted pagara directamente de su bolsillo los gastos derivados de su negativa a vacunarse entonces se pensaría dos veces su paleto antivacunismo. ¿Por qué a todos los que se les llena la boca con la palabra “libertad” les cuesta tanto decir “responsabilidad” o “solidaridad”? No hace falta que respondan: es una obviedad.

Lo más lamentable de todo esto (y lo más peligroso) es el hecho de que no vacunarse se ha terminado por convertir en una cuestión política. No en una cuestión científica (a estos la ciencia, como todo, les importa un bledo), sino una consigna lanzada, auspiciada y promulgada por un determinado grupo político y repetida como papagayos por todos los votantes, simpatizantes y palmeros de dicho grupo político. Ideologizar un virus, una pandemia y la vacuna de ese virus es de las cosas más deleznables a las que uno ha asistido en su vida. Y es una cosa que demuestra, además, que hoy en día todo, absolutamente todo, entra dentro del turbión de la política y de la ideología, del debate y de la opinión. Si todo es opinable y debatible y si todo, para más inri, se puede analizar bajo el prisma de la ideología desde la que milito, pues apaga y vámonos. “Hay que debatir con los antivacunas”, dicen las almas cándidas. Trabajo vano debatir con alguien que está dispuesto a morir con tal de demostrar que lleva razón; morir él y poner en serio peligro a los que están a su alrededor. No me apetece debatir con alguien así, lo siento. Si después de más de 80000 muertos y dos años de pandemia todavía estamos así, con tenistas cuestionando las vacunas y las leyes de un país y con gente que cree que eso es defender la libertad, es que no hemos aprendido nada y, quizá, ya no tenemos remedio.