Marco Antonio Torres Mazón
Kitty Genovese fue asesinada el 13 de marzo de 1964 en Queens, Nueva York. Más de 30 personas fueron testigos del crimen; más de 30 personas miraron desde sus ventanas, desde las esquinas o desde la acera de enfrente cómo mataban a Kitty Genovese. Solo una de ellas llamó a la policía. Ya era tarde. Cuando se investigó lo sucedido y se procedió a recoger los testimonios de todos ellos la respuesta fue similar: “Todos pensamos que alguien llamaría”. Pero no, solo una persona llamó cuando ya todo hubo sucedido.
19 de enero de 2022, París, calle de Turbigo. René Robert, de 84 años de edad y fotógrafo de profesión, sufre una caída. Queda tendido en el suelo en una de las calles más concurridas de esa zona de la capital francesa. Nadie le ayuda. Pasan las horas y cae la noche y aparece el frío extremo de estas fechas. El frío es inclemente; las personas no deberían serlo. Alborea la madrugada del 20 de enero cuando alguien llama por fin a los bomberos. René está muerto. El informe del hospital certifica la “hipotermia severa”. René murió de frío. De frío en una calle de París en el año 2022. París, Francia, Europa, Occidente. Nadie hizo nada. O todos pensaron: “Alguien lo hará”.
No quiero jugar a ser Plutarco y trazar una línea paralela con mi escritura en la que se superpongan las vidas de Kitty Genovese y René Robert. En todo caso no debería hacerlo sobre sus vidas sino sobre sus respectivas muertes. ¿Son dos casos aislados o sirven para levantar un paralelismo real? ¿Tiene algo que decir la sociología sobre el comportamiento de masas o es más bien cuestión de que uno a uno busquemos a los responsables directos? Imagino que son muchas las respuestas y muchas más las preguntas, los interrogantes, que podemos añadir, casi como una letanía, a este tema. Y sin embargo no estaríamos dando respuesta ni preguntándonos lo realmente crucial, lo que nos interpela como seres humanos. Sí, hay una pregunta que uno debe hacerse si es honesto. Y debe ser todavía más honesto para contestar sinceramente: ¿Me señala a mí como individuo este tipo de noticias o me deja completamente indiferente? Y, al final, la gran y única pregunta posible: ¿Qué hubiera hecho yo en ambos casos?
Por desgracia tanto la historia individual como la colectiva está repleta de ejemplos en los que la indiferencia, el miedo o la cobardía nos impiden tomar las decisiones correctas, por muy obvias que nos puedan parecer “a toro pasado”. La pensadora Hannah Arendt se hizo esta y otras preguntas similares en un libro fundamental para quien quiera comprender, aunque sea un poco, el pasado siglo XX: “Eichmann en Jerusalén”. Arendt nos hizo a todos las preguntas y pagó un alto precio por tratar de responderlas. Lo más fácil es siempre pasar de largo, no hacernos preguntas incómodas o, en todo caso, creer que otro las hará por nosotros. Vivir sin que nada nos obligue a tomar decisiones. Ni siquiera para levantar el teléfono y ayudar a quien lo necesita.