Parecía que no iba a llegar nunca el día. Los buenos aficionados que se dan cita fielmente en el Nelson Mandela para presenciar los partidos de nuestro equipo empezaban a desconocer la gratificante sensación de volver a casa con una victoria en las retinas. Y ésta ha tenido que llegar echando enormes dosis de épica, pues —invirtiéndose los términos del episodio de siete días antes— los torrevejenses iban perdiendo, y competían con diez hombres, a falta de menos de cinco minutos para el final. Indudablemente, han derrochado orgullo y pundonor y por eso han ganado; lo cual no quiere decir que otras veces, aun con un resultado adverso, no se hayan exhibido las mismas cualidades, y con al menos la misma intensidad. Téngase en cuenta que en el fútbol litigan siempre dos conjuntos, y tanto los unos como los otros ponen lo suyo en cada envite. Sirva esto para valorar el esfuerzo con idéntico rasero cuando los guarismos no sean favorables.
La pugna transcurrió equilibrada en la primera media hora, en la que, además de algunos disparos lejanos detenidos por cada portero, anotamos un excelente pase diagonal de Buján para Agustín, cuya internada por la derecha no halló ángulo para superar a Luis (19’). Los algueñeros, aprovechándose de la pertinaz carencia de centrales especialistas —aunque en general se mejoraría en esta faceta con las piezas disponibles— en su oponente, se adelantaron por medio de Cristian en un saque de esquina. Dos minutos después (31’), en una acción similar de golpe franco, Gliri cabeceó al larguero, y tras el rebote Ramón desvió por arriba el remate de Erik. El Torrevieja trataba de responder, en principio sin situaciones claras de peligro, entre las que destacamos una doble de Buján, que no logró conectar el remate (37’) y luego mandó alto un pase atrás de Johan (38’). Este mismo futbolista sí haría diana con un gran disparo, enganchado al recibir el medido envío largo de Luis (43’), pero el árbitra estimó posición de fuera de juego y anuló el tanto; en su descargo, y pese a la polémica que generó la jugada, comprendamos que sin jueces de línea —esto sucederá muchas veces— es imposible controlar todos los puntos del rectángulo.
Con los de Ruvira manteniéndose a la expectativa, al Torrevieja no le quedaba otro remedio que lanzarse hacia delante en la segunda mitad. Un golpe franco lateral de Buján rechazado por el guardameta (6’), un disparo desviado de Brian al recoger el pase largo de Brandon Forero (7’) y un centro de Buján en el que se reclamó penalti por derribo de Luis a Agustín (8’) fueron las acciones consecutivas que establecían este propósito. Sin embargo, la producción y la fluidez decrecerían, al empezar a acusarse el paso del tiempo. Coco, único jugador local de campo en el banquillo, se incorporó a la pelea. Mediado este periodo, el Algueña hilvanó un contragolpe que acabó con toque de Javier en la frontal para Jesús, cuyo lanzamiento se estrelló en el poste derecho; era el segundo maderazo que oía Ramón, otro lance decisivo de haber deparado distinta resolución, y en el que los forasteros desperdiciaban una oportunidad de oro para amarrar los puntos.
Sin nada que perder, los blanquiazules continuaron en la brega. Pero también las fuerzas parecían escasear en las filas contrarias, cada vez más cerradas y conformistas, y sufriendo para desbaratar los ataques que las cercaban. Buján no encontró hueco entre la defensa para cabecear un golpe franco lateral de Brian (24’). Avanzaba el reloj infructuosamente y, para colmo, Matías era expulsado: la cuesta arriba se empinaba mucho más. En los últimos minutos, se sacaban energías de donde casi no las había. Con una generosa carrera, Agustín pondría en jaque, él solo, a la zaga adversaria, en una jugada que acabó con disparo cruzado de Johan detenido por Luis (37’). Nadie perdía la esperanza. Hasta que por fin, Brandon Nicol en un saque de esquina (41’) y el propio Agustín completando el empuje de sus compañeros (43’) le darían la vuelta al marcador, ante la algarabía de la afición salinera, que siempre animó y valoró el derroche físico y las indiscutibles ganas de agradar de su equipo. Esta vez lo pudo demostrar con goles; recordémoslo cuando el fútbol, tan ingrato como veleidoso, no se lo permita.