Por Miguel Enrique Fernández Benito
Érase una vez… un portugués y un vasco que querían dar la vuelta al mundo en barco. Parece el inicio de un chiste malo, pero en realidad así comienza una de las mayores aventuras vividas en la Historia de España.
Voy a aprovechar la privilegiada visita que tenemos en nuestra hermosa Torrevieja de las réplicas de la Nao Victoria y el Galeón Andalucía (no, no es la Perla Negra ni un barco pirata playmobil gigante) para hacer un poco de historia y recordar a quien no lo sepa, que esta pequeña nao fue la primera embarcación en dar la vuelta al mundo, y ésta fue una empresa española.
Imagínense. Comenzamos con un portugués llamado Fernando de Magallanes intentando venderle a su rey, Manuel I, una expedición atravesando la recién descubierta América, para descubrir una ruta comercial con las islas de las especias: Las Molucas, en Asia. Aquí se cultivaba clavo y canela, muy valiosas entonces, tanto o más que el oro, aunque ahora valga el bote 1 € en el supermercado. La intención era encontrar un punto que uniese los océanos Atlántico y Pacífico. A ver, los reyes portugueses ya habían demostrado que muy linces en los negocios no eran, pues 20 años antes Juan II había rechazado la empresa de Colón, y mira todo lo que perdieron.
Aunque, para ser justos, hemos de situarnos en el siglo XVI, cuando aún se creía que la tierra era plana y que al llegar al final te comían unos monstruos marinos gigantes. Además, tras el Tratado de Tordesillas de 1494 “España” y Portugal se repartieron el mundo por una línea imaginaria en el Atlántico y si nosotros elegimos el oeste para asegurarnos América, los portugueses tenían la ruta a Asia bordeando África, por lo que los soberanos tampoco tenían necesidad de arriesgarse en invertir.
Pues con las mismas Magallanes se fue al nietísimo de los Reyes Católicos, un joven Carlos I que acepta sin pestañear en 1518 sufragar la expedición.
La empresa comenzó con 5 naos: la Trinidad, comandada por el Capitán General Magallanes, la Victoria, la San Antonio, la Santiago y la Concepción, en la que Juan Sebastián Elcano era un mindundi, un “simple” maestre. En ellas se enrolaron 239 hombres, que zarparon de Sevilla en agosto de 1519 y en marzo de 1520 llegan a una bahía en la Patagonia argentina, donde tras un motín pasan el invierno.
Ya de camino la Santiago naufraga antes del cabo de Hornos, y para que se vea lo difícil que es el paso del estrecho de Magallanes, ahora y siempre, la San Antonio se pierde y decide volver sobre sus pasos, por lo que quedan sólo dos naves que cruzan con éxito. Continúan el viaje hasta llegar a las islas Marianas, en mitad del Pacífico, donde repostan y siguen hasta las islas Filipinas (de San Lázaro) donde llegan en 1521. Pero aquí, el desdichado Magallanes muere a manos de los indígenas, quienes eran indígenas, pero no tontos, porque plantaron cara con técnicas de combate que ya quisieran los CDR catalanes y que han saltado a relucir gracias al testimonio de un grumete que desertó y luego les contó sus pericias a sus captores portugueses (si les interesa les remito al artículo del diario El País, de 6 de noviembre de 2019). Bien, nos quedamos en que Magallanes muere en la isla de Mactán, y asciende a Capitán General Duarte Barbosa, que también es asesinado durante un banquete del nativo jefe de Cebú.
Como no hay tripulantes para gobernar las naves deciden incendiar la Concepción y se reparten entre la Trinidad y la Victoria, siendo elegido jefe Elcano, y continúan hasta su objetivo inicial: Las Molucas.
En Tirode se separan porque la Trinidad necesita ser reparada. Mientras la Victoria regresa a España rodeando el cabo de Buena Esperanza, la Trinidad nunca volverá a su patria.
De esta manera, tras 3 años de travesía, el 6 de septiembre de 1522 la nao Victoria recaló en Sanlúcar de Barrameda y 2 días después en Sevilla, donde descargó las especias que trajeron consigo. Para que se hagan una idea, con el cargamento de la Victoria se cubrió con creces la inversión (recuerden que salieron 5 barcos y 239 hombres). Tal fue la dureza del viaje que solo regresaron 18 marineros.
Y se preguntarán ustedes ¿qué pasó para que volviesen tan pocos? Pues entre motines e indígenas, la razón principal fue el escorbuto. Es una enfermedad muy común entre los marinos de la época derivada de la falta de vitamina C. Entonces la llamaban enfermedad del diablo porque ante los síntomas de caída de dientes y pelo, los ojos enrojecían e hinchaban y sangraban todos los orificios del cuerpo, los compañeros pensaban que el enfermo estaba poseído, y como eran muy católicos entonces, no te tiraban por la borda porque eso no estaba bien, pero no volvían a tocarte ni con un palo hasta que palmaras.
Una anécdota. ¿Saben por qué los marinos y piratas se dejaban los pelos largos? Pista: no era por guarros sino por supervivencia. Aunque suene raro, la mayoría que se enrolaba en un barco no sabían nadar por lo que si caían al mar era más fácil sacarlos de los pelos o barbas. De ahí viene el dicho de “salvarse por los pelos”.
Ahora que conocen el contexto vayamos a celebrar el V centenario de la 1ª vuelta al mundo.