Días neorrealistas

Marco Antonio Torres Mazón

El pasado domingo 19 de septiembre es otra fecha que quedará grabada en nuestra memoria colectiva. ¿Dónde estabas tú y qué estabas haciendo cuando el volcán de la Palma entró en erupción? Yo, desde luego, recuerdo que estaba en casa, con una taza de café en la mano y el teléfono en la otra. Mientras veía las redes sociales me saltó la noticia del volcán de la isla y rápidamente encendí la televisión para ver el canal 24 horas. Sí, y allí estaba el volcán y las primeras noticias, confusas todavía, sobre su erupción.
Una de las cosas que primero aprendimos todos mientras veíamos la televisión estos días es que se trataba de una erupción stromboliana. Uno, que es aficionado al cine desde que era un mocoso, pilló la referencia al vuelo y comprendió, sin entender, de qué iba la cosa. La cosa iba, lógicamente, del clásico del cine neorrealista italiano Stromboli (1950), dirigida por Roberto Rossellini y con su futura mujer como protagonista, Ingrid Bergman. Bergman y el volcán entraban en erupción, ambos por motivos diferentes y con distintas consecuencias.
Otra pregunta que nos hicimos todos al instante fue: ¿qué más nos puede pasar? Lo cierto es que esa pregunta tiene trampa. Es verdad que nuestra generación ya ha visto una pandemia mundial y a España ganar un mundial de futbol, pero yo no podía evitar, cuando me hice esa pregunta, pensar en la generación de los que lucharon en la Primera Guerra Mundial. Generación que, décadas más tarde, vio a sus hijos marchar al frente en la Segunda Guerra Mundial. Sí, pensaba en Tolkien o en Robert Graves. Ellos, y otros muchos como ellos (toda una generación), sobrevivieron leyendo a Virgilio o a Dante en las trincheras. La generación actual se queja porque no está el ocio nocturno abierto o porque la señal wifi no es lo suficientemente buena. Es posible que este último comentario sea algo exagerado y un poco injusto. También es posible que me haya quedado corto. Dejo al lector libertad para elegir la opción que más prefiera.
La lava avanza y destroza todo lo que encuentra en su lento caminar. Me recuerda a “la Nada” de La historia interminable: no hace distinción entre buenos, malos o regulares o entre protagonistas y secundarios. Cuánta entereza y cuánta resignación entre los habitantes de la isla. Asumen y lloran su pérdida porque saben que no hay otro camino ni otra opción. Ya vendrá el tiempo de volver a construir y lo harán de la misma natural manera con la que han visto cómo la lava engullía sus casas. El padre Alberto, párroco de 4 pequeñas iglesias y ermitas de la zona, dice que “solo nos queda rezar”. No es poco, padre, pienso yo. Sobre todo si se hace con convencimiento. Quizá lo hace para recordarnos algo…aunque ahora no nos demos cuenta.