Gracias, Dante

De joven, en el instituto, cité a Dante sin haberlo leído. Fue durante la redacción de un trabajo para lengua y literatura. Inserté en él una cita que me había aprendido de memoria cuando la leí en un libro de máximas y proverbios que por esos días pululaba por las estanterías de nuestra biblioteca en casa. La cita correspondía, como averigüé muchos años después, a unos versos de la Divina Comedia: “No hay más acervo dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria”. Me gustó y me la aprendí de memoria porque en ella vislumbré, ya tan joven, una verdad que habría de acompañarme toda la vida. Así que aproveché la primera oportunidad que tuve y la espeté en un trabajo de literatura. EL profesor me felicitó y yo me apunté un tanto entre mis compañeros. Apenas sabía jugar al fútbol pero podía citar a Dante sin despeinarme. Algo es algo. Hoy sé que en ese momento comprendí para qué sirven realmente los clásicos y cuál es la razón por la que debemos seguir leyéndolos: porque continúan hablándonos a través del tiempo como si lo hicieran en un eterno presente.

En este año que ya se va acercando a su fin se cumplen 700 de la muerte de Dante Alighieri, el poeta florentino que yo cité en mi adolescencia. La lectura íntegra de la Divina Comedia no es tarea fácil. Cuando terminamos la parte del Infierno y vemos todo lo que nos queda hasta llegar al final de Paraíso nos puede entrar el desánimo. Es normal. Es un reflejo muy real de lo que es la vida misma. En un mismo día podemos atravesar un infierno, llegar al purgatorio y ponernos a implorar para que, ante nosotros, se abran las puertas del paraíso. No sin cierta malicia, pero con mucha razón, Víctor Hugo hace una divertida observación, en el libro que sobre Shakespeare escribió, acerca de Dante y la Divina Comedia. Nos dice que se encontraba uno mejor en el infierno que en el paraíso, sin duda refiriéndose a la extrema dificultad de ciertos pasajes de la última parte de esta obra. Pero acto seguido nos dice: “¿Y qué le importa al Dante que no le sigáis? Continuará sin vosotros. Este león no necesita a nadie. Su obra es un prodigio”.

Dante es el “héroe poeta” para Thomas Carlyle (junto a William Shakespeare); es uno de los genios según Víctor Hugo (junto a Homero, Job, Esquilo, Isaías, Ezequiel, Lucrecio, Juvenal, Tácito, san Juan, san Pablo, Rabelais, Cervantes y Shakespeare) y bien podría haber sido uno de los hombres representativos de Emerson. Pero, por encima de cualquier otra calificación, Dante es el escritor que hace compañía, que consigue crear una obra que nos supera. Nos supera como nos supera la belleza de un amanecer, el silencio de un bosque al atardecer o la palabra perdón en los labios de alguien que nos importa; nos supera porque habla de todos nosotros con nombres y apellidos; nos supera porque consigue que un chico lo cite, sin saber muy bien lo que hace, en un trabajo de instituto para, muchos años después (casi tantos como 700),  dedicarle un pequeño artículo en el que le da las gracias.