Otros otoños (y otras hojas secas)

Marco Antonio Torres Mazón

Nos acercamos poco a poco al Adviento y los contagios vuelven a subir en toda Europa. Es verdad que, según parece, es en los países  con menor índice de vacunados donde sube más la incidencia; pero también es verdad que nuestra tendencia, la de España, es a ir aumentando poco a poco (en algunos puntos más rápido que en otros) a pesar de tener uno de los mejores índices de vacunados de todo el viejo continente. Al margen de todo esto tiene uno la sensación, la extraña y amarga sensación, de que no terminamos de salir de esta espiral de pesadilla que comenzó a finales de 2019.

 Hablábamos la semana pasada de Dante, de los 700 años de su fallecimiento y de lo capital que para la cultura occidental es una obra como la Divina Comedia. Y decíamos que leyendo esa obra tiene uno la sensación de no terminar de vislumbrar del todo las puertas, estrechas muchas de las veces, del Paraíso. Pues así es como me siento, y creo que nos sentimos todos a poco que lo pensemos con detenimiento y con un punto de sinceridad: como si viviéramos, los tres últimos años, en las fronteras del Purgatorio con el Infierno, quedándonos el Paraíso tan lejano que nos cuesta recordar el camino que nos conduce a sus lindes. ¿Subirá la incidencia tanto en los próximos días y semanas como para que se tengan que tomas, de nuevo, medidas extraordinarias? ¿Volveremos a vivir unas navidades con restricciones de algún tipo, bien en el número de comensales que podremos tener en casa o bien en las horas por las que se nos permitirá estar en la calle? Sinceramente, espero que no llegue la sangre al río, pero nos hemos acostumbrado a vivir con esa permanente espada de Damocles sobre nuestras cabezas.

  La Historia, a veces, gusta de hacerse presente, de hacerse de notar. En estos últimos años así ha sido. Ya no es solo la pandemia, sino esa extraña sensación de asistir a un espectáculo en el que los actores están improvisando constantemente. Y nosotros, el público que asiste atónito a la función, no sabemos para dónde va a tirar la trama, por lo que se nos queda en el estómago ese nudo al que podemos poner el nombre de… desasosiego. Corren tiempos aciagos, diría el bueno de Gandalf; es el natural devenir de la historia, nos diría un historiador clásico. Y ambas afirmaciones son ciertas.

 La música, como todos los años por estas fechas, inunda nuestras calles para bendecir a santa Cecilia. Camina noviembre con el presuroso paso de quien ya ve el final del sendero. Un sendero que se nos dibuja a la vista lleno de hojas secas y de charcos y de sueños que se quedaron por cumplir. Pero el Adviento, como siempre, se nos anuncia vestido con los ropajes de la esperanza. La esperanza de saber que nos aguardan otros otoños y otras hojas secas y otros charcos y otros sueños por cumplir.