Marco Antonio Torres Mazón.
Hay libros que, como la vida, se componen de retales, de trozos, de pequeños retazos que se juntan y forman un todo lleno de sentido, coherencia y, lo que es más importante, belleza. Sí, la vida es exactamente lo mismo: un puzle de recuerdos al que solo nosotros somos capaces de dar sentido. Uno esos libros es el que me está ocupando las últimas semanas, pues lo estoy disfrutando a pequeños sorbos, como si de un buen vino se tratara. Hablo de los “Escritos sobre literatura”, de Hermann Hesse. No es un libro que Hesse hiciera conscientemente, como Demian o El lobo estepario, sino un volumen (en realidad dos) que un hábil editor ha sabido componer con todos los textos que Hesse escribió a lo largo de toda su vida sobre otros autores o sobre sus propias obras. Pues bien, en una tarde donde las gotas de lluvia impactaban contra la ventana de mi biblioteca y el viento ululaba en la ya dominante oscuridad, leía yo tranquilamente un texto sobre las “cartas” de Goethe en el que Hesse parecía describir la tarde en la que yo estaba leyendo su texto: “Han llegado de nuevo las tardes de invierno, las largas tardes al calor de la estufa y a la luz de la lámpara en las que apetece estar sentado, descansando y leyendo algo, pero nada violento y ardiente, sino cosas tranquilas, bien hechas”. Ay, todos los escritos sobre libros deberían comenzar así: describiendo el momento exacto en el que uno está leyendo tal o cual obra. Y esto es así porque cada vez que contamos algo importante lo primero que hacemos es componer el cuadro o la escena en la que ha tenido lugar. Pero no todos somos tan sabios como Hermann Hesse, está claro.
Decía otro sabio que nos dejó hacer poco, George Steiner, que se podía trazar la historia de Europa siguiendo el rastro dejado por los antiguos cafés donde los escritores, críticos y otros artistas se juntaban para compartir sus más profundos sueños y sus más urgentes inquietudes. Es cierto. Como también lo es el hecho de que se podría hacer lo mismo siguiendo el rastro de los mercadillos navideños que estas fechas jalonan nuestras tierras europeas, aunque este año, como el anterior, con todas las reservas motivadas por la pandemia que estamos sufriendo. Pero sí, ahí también reside el corazón de la vieja y cansada Europa. Un corazón que late con el sonido de las campanas de las iglesias, como señalaba Hegel.
Estamos en esa época que es frontera; los días del otoño que ya lindan con el invierno; días en los que el frío y las primeras nieves copiosas decoran los picos y los pueblos de todo nuestro territorio; días en los que encenderemos las luces de nuestros árboles y nuestros belenes y las calles de nuestras ciudades y, espero, nuestros corazones; días de Adviento en los que todos nuestros anhelos tienen el rostro y la sonrisa de un niño; días en los que nuestros recuerdos crepitan en nuestra memoria como los leños de un fuego que nos espera ardiendo en el hogar.