A mi amigo Aurelio Martínez López, por su magnífico e iluminador Pregón de la Semana Santa de Torrevieja titulado “En el preludio de la más Santa de las Semanas”.
“Pedro sólo tuvo miedo, pero no desamor, y lloró luego. ¿Qué haremos nosotros? Es el filo del claror del alba, y el gallo va a cantar también para nosotros”. José Jiménez Lozano, Los cuadernos de letra pequeña.
Una de las enseñanzas que encierra nuestra Semana Santa se puede apreciar en las fotos que los cofrades más mayores se hacen con sus hijos o nietos, posando frente a las imágenes titulares de sus hermandades. Esas fotos reproducen, a veces con una exactitud literal, las que antaño ellos se hicieran de pequeños con sus respectivos padres, madres, abuelos. Yo mismo, por ejemplo, tengo una foto a la que guardo un especial cariño en la que estoy, con apenas cinco o seis años, junto a mi hermana y mi abuela Nati un lejano Domingo de Ramos, con mi palma a punto de ser bendecida y mi incipiente ilusión cofrade brillando en la mirada. Y tengo, como no podía ser de otra manera, mis fotos junto a mi hija y a mi mujer frente a la imagen de la Virgen de la Esperanza, hermandad a la que pertenezco desde su fundación. Y es ahí, en esa reproducción milimétrica de lo que hicieron nuestros padres y abuelos en nuestros propios hijos, donde reside el inmenso poder de la Semana Santa.
Esa forma de trasmisión, de herencia, fue uno de los temas centrales del Pregón que nos regaló don Aurelio Martínez el pasado Sábado 2 de abril. Un regalo, sí, pues no se puede llamar de otra manera lo que desde hoy mismo forma parte del patrimonio (material e inmaterial) de nuestra Semana Santa. Un pregón donde la música, sobra decirlo, fue protagonista e hilo conductor de una historia, nuestra historia, que tiene en la herencia de generación en generación su mejor y más importante modo de supervivencia. Lo que un padre o un abuelo explican a sus hijos y nietos: ahí está la fe y el sentir de todo un pueblo. Pero no solo música es lo que había en ese pregón de mi amigo Aurelio, sino también literatura, historia y, sobre todo, amor cofrade. Amor cofrade que solo pueden tener las personas en cuyo interior se aviva la llama de una fe profundamente meditada y vivida. Mientras escuchaba emocionado las palabras del pregón, a mi mente acudieron los versos que el poeta Manuel Machado dedicara al “Señor que camina”, al Cristo del Gran Poder, que en la noche sevillana del jueves santo conocida como “Madrugá” (título, por cierto, de una de las marchas procesionales sobre la que más veces hemos intercambiado opiniones Aurelio y yo) recorre las calles hispalenses cargado con su madero y con nuestros pecados:
Ríndese el mal y el odio. Y tu “Carrera”
al hombre enseña, al fin, de qué manera
puede ser Dios un condenado a muerte.
La Semana Santa vuelve, regresa, para contarnos la misma historia pero siempre de manera distinta, pues distintos somos nosotros cada año que pasa. Dentro de muchos años, cuando seamos más viejos y gustemos de contar historias con las que entretener a los más pequeños, recordaremos el día de una primavera lejana en la que escuchamos uno de los más hermosos y sabios pregones de nuestra historia. Y diremos, no sin cierto orgullo: yo estuve allí.
Marco Antonio Torres Mazón