Hay una ley no escrita entre todo gran lector que podría enunciarse de la siguiente manera: “Cuántos más libros tienes pendientes de leer más ganas te dan de adquirir nuevos títulos”. Esto hace que lo que se conoce vulgarmente como “la pila”, es decir, todos aquellos libros que tenemos pendientes de leer, crezca continuamente. Es raro que una verdadera “pila” de libros merme. Y cuando lo hace, cuando se da el extraño caso de que un lector consiga hacer que sus libros pendientes de leer disminuyan de número, se consigue entonces el efecto contrario: entran unas ganas locas de salir a comprar libros con los que volver a llenar esa “pila” vaciada.
Desde hace unos años mi “pila” tiene un lugar específico en mi biblioteca. Ocupa una determinada balda, con el fin de tener localizados, con un simple vistazo, todos los volúmenes que esperan ansiosos su turno de lectura. Uno hace sus cábalas acerca de los próximos títulos a leer, sobre todo cuando estrenamos mes o estación. Sí, también existen los “buenos propósitos del lector”: Venga, pienso, este mes compraré pocos libros y me dedicaré principalmente a leer libros de la “pila”. Produce una extraña satisfacción ver cómo ésta disminuye y se crea un hueco vacío donde apenas un mes antes sólo había espacio para las motas de polvo.
Los libros para esta primavera que viene a visitarnos, con guerra y post pandemia, con déficit y con el ánimo algo mustio, son los que están llamados a llenar nuestras horas de soledad y de silencio. Libros para ser leídos en las largas tardes de domingo, cuando la melancolía ante la proximidad del lunes hace que nos sintamos como extraños en nuestra propia piel. O libros que serán lo último que verán nuestros ojos antes de caer rendidos al sueño en un día cualquiera entre semana, cuando el cansancio nos pisa los talones como un perro rabioso al que es imposible dar esquinazo. Libros que serán puerta que abriremos en nuestra vida pero también puertas que nos permitirán cerrar el paso a todo aquello que nos hace daño; libros que serán como el amigo que se sienta a darnos un rato de compañía o como el vecino que nos echa un cable en un momento determinado.
El “Día del libro” es un día bonito que merece ser celebrado leyendo. Buscar un buen rincón, quizá servirnos una copa de vino o poner un poco de música (algo de Copland, por ejemplo, ahora que estamos en primavera), y regalarnos un par de horas tranquilas, para estar con nosotros mismos y con el autor del título elegido. La máxima de Cicerón según la cual si tienes un jardín y una biblioteca tienes todo lo que necesitas es tan cierta como apropiada para esta época del año. Y una ventana que comunique ambas realidades y a través de la cual nuestra mirada pueda pasar de una a otra con tan solo un parpadeo.