Si hay un establecimiento en Torrevieja que pueda ser considerado un símbolo de la hostelería local durante el último medio siglo, ese es el Restaurante Bahía. Este mismo domingo, día 26, echará el cierre definitivo después de cuarenta y dos años y medio de buen hacer de la mano de su fundador, José Antonio Vilella Fructuoso, y su familia. Atrás queda una historia de superación, de cálida acogida por parte del público, de grandes platos que han sido aportados a la gastronomía local como sus afamados “fideos cabreaos” y otros. Pero para contar toda la verdad no hay que olvidar sus primeros años con sus riquísimos montaditos o la gran variedad de tortillas que, como si fuera en una casa más de Torrevieja, hacían su aparición para cenar por obra y gracia de su padre, Alfonso Vilella.
El Bahía de la familia Vilella-Carbonell ha llegado a su fin y lo hace con todo merecimiento, sobre todo para Conchita y José que se han ganado con creces el descanso y disfrutar de la vida. Esas son las razones, y no otras, para que haya llegado este punto y final que se produce este domingo, dejando una estela de perfume a buena cocina que ha unido a varias generaciones de torrevejenses desde 1976.
José Antonio Vilella fue precoz en su dedicación a la hostelería. Con 9 años trabajó medio verano de 1961 en el Bar de Leandro (hoy Bar Las Cañas). Solo fue medio verano porque su hermano Alfonso trabajó el otro medio. “Me lo quitó mi hermano”, recuerda ahora entre risas José Antonio. Su siguiente trabajo lo tuvo en un mítico bar para Torrevieja, la Puerta del Sol de Pepe Escámez, aunque después, y como tantos jóvenes torrevejenses, se pasaría durante un poco de tiempo a la albañilería de la mano de Domingo Paredes “El Cofas” y Manuel Martínez “El Cabesote”.
Regresó a la hostelería formando parte de la plantilla de otra conocida firma, el Restaurante Cabo Roig y aunque le ofrecieron seguir, saltó después al “Blín” que estaba en “el redondo” de la playa del Acequión, con Pedro Andréu y Sandalio. Su andadura continuó después en Murcia, donde recibió formación en la Escuela de Hostelería y la compaginó con su trabajo en el Restaurante Hispano, a espaldas de sus padres. Fue después cuando solicitó trabajo a la firma Hoteles Meliá y recibió empleo de subcamarero en el Hotel S´Argamassa de Santa Eulalia del Río, en Ibiza. Al mes de empezar a trabajar, José Antonio ya había ascendido a jefe de rango. En la isla estuvo durante dos temporadas, aunque en principio era para mucho menos, pues se inscribió de voluntario para hacer el servicio militar y sus jefes, que lo tuvieron en alta consideración, se movilizaron hasta en dos ocasiones para suspender su incorporación a filas y poder así hacer las dos temporadas de verano. Así paso y a su regreso a Torrevieja se incorporó en lo que puede decirse que también fue una escuela hostelera, el Hotel Berlín de Ramón Giménez Peñalver. Allí, durante 4 años como jefe de sala completó su formación y a continuación fue cuando alquiló a Manuel Aracil el local que forma parte del actual Bahía. Allí abrieron Conchita y José su primer Bahía y allí fue donde permanecieron durante diez años con su bar – restaurante donde reinaban sus montaditos -en aquella época a 25 pesetas, la mayoría- de morcilla, de longaniza… La apertura se logró con mucha ilusión, trabajo y con un préstamo de la Caja de Monserrate de un millón y medio de pesetas. José Antonio todavía recuerda cómo muchas de las letras las pagaba de su bolsillo su hermano Alfonso o cómo le echaban una mano tanto su padre como su suegra. Con la suma de todos fueron ganándose al público y logrando que la gente llegase hasta allí, frente a la bahía, en el paseo de la Libertad “cuando la realidad es que en aquella época la gente no pasaba del Tiburón”. El trato cercano y la sepia en sangochado, el zarangollo, los calamares a la romana o los mejillones, también tuvieron su culpa.
10 años después, en 1986, llegó la reconversión total a restaurante con la adquisición del local contiguo. Otro préstamo de 17 millones de pesetas, facilitado esta vez por el Banco de Alicante tuvo la culpa. José sentía tanta responsabilidad que logró que una persona le garantizase el pago de los sueldos hasta un plazo máximo de tres meses. La plantilla estuvo compuesta por 14 personas “pero gracias a Dios no hizo falta que pidiera el dinero”, cuenta ahora José que no puede dejar de emocionarse al recordarlo. Luego el personal alcanzaría la cifra de hasta 23 personas fijas durante todo el año. Fueron los años en los que el Bahía navegaba a la velocidad de un crucero, cuando fueron naciendo platos que han marcado una época como el pastel de verduras, los “fideos cabreaos”, el bonito en escabeche, los crepes de mariscos o las manitas de cerdo rellenas en dos texturas, que fueron estrella en las jornadas gastronómicas. Todo sin olvidar uno de los postres que más identifica a la casa, sus crujientes.
José Antonio ha sido el capitán de este gran buque junto a su mujer, Conchita. Y entre fogones fueron dando vida a su familia, sus hijas Sonia, excepcional cocinera que ha sido formada por los mejores profesionales; Inma y Vanessa. Ellas también destacan en sus profesiones como psicóloga y médica psiquiatra, respectivamente.
El Bahía ha sido un referente para la historia reciente de Torrevieja y también para la comarca, lo mismo que los años que dedicaron a gestionar los salones Bahía Costa que también han dejado este mismo año. Las mesas del Bahía han sido soporte para la construcción de la actual ciudad y José Antonio solo tiene palabras de agradecimiento “de corazón, a mi clientela del pueblo, siempre he tenido mucha y lo digo con orgullo”, también para sus clientes de la Vega Baja y Murcia que de igual modo forman parte de la identidad del Bahía.
Para Conchita y José llega el momento de disfrutar de Sofía y Elena, sus nietas. Una sobremesa muy especial para su vida porque ellos saben muy bien cómo rematar los grandes eventos. Y así lo han hecho desde 1976 con el porrón de mistela con pasas que ha cerrado cada una de las comidas que se ofrecían en un Bahía que mañana echa el cierre y que siempre quedará en nuestra memoria y en nuestros paladares.