Como en el Eterno Retorno de Nietzsche o como el esforzado y triste Sísifo, que sube, una y otra vez, la misma piedra por la misma pendiente, así hemos llegado de nuevo, otro año más, al final de agosto, a San Ramón. Las madrugadas, aunque todavía de forma débil, ya nos regalan brisas más frescas con las que poder conciliar mejor el sueño o, al menos, amanecer en la cama bastante menos acalorados. Días que se acortan como queriendo mandarnos un mensaje: apresuraos en vivir y disfrutar los últimos estertores del verano, pues el otoño ya llega con su manto ocre y su sonrisa melancólica.
Hay con consenso general en considerar el último día de agosto, festividad de San Ramón, como el último del verano, quedando todavía, en realidad, una buena parte del mes de septiembre dentro de esta estación. Pero no, septiembre no es verano, y eso es algo en lo que casi todos nos ponemos de acuerdo. Hay un algo en el aire de esos primeros días del mes, en el apresurado preparar el inicio escolar, en esas primeras colas en las papelerías en busca de libros y estuches y mochilas, que nos dice a las claras que el verano ya quedó atrás. En las televisiones aparecerán los anuncios de coleccionables, un anacronismo que nuestra sociedad digital no ha conseguido, por suerte, suprimir. Es el reinicio a falta de cuatro meses para concluir el año; es la posibilidad de enmendarnos justo antes del final de la trama; el momento de recuperar los propósitos que nos hacíamos, mentalmente, mientras daban las campanadas de final de año…
Lo vivido, o lo no vivido, en este verano ya forma parte del pasado, de nuestra historia personal, de nuestra biografía y de nuestra colección de veranos transitados. Otros llegarán, si Dios quiere, y los viviremos de la mejor manera posible, con la sonrisa del que cree tener por delante la eternidad, y no tan solo unos cuantos días de vacaciones. Y nos esperarán, como todos los veranos, los amigos con los que compartir, los libros por leer y los mares en los que sentirnos, por unas horas, poseedores de una libertad no del todo merecida. Pero ahora, en estos momentos de tránsito, en los que el epílogo del verano y el prólogo del otoño casi de pueden tocas con la punta de los dedos, confundiéndose en una sucesión de días extraños, ahora, digo, de lo que se trata es de apilar leña. Una buena colección de troncos y ramas para que, cuando lleguen los fríos y las lluvias, sin avisar como siempre, tengamos la lumbre, al menos, en todo su esplendor. Un buen fuego con el que calentar nuestros cuerpos y nuestros corazones, con el que reunir alrededor a todos nuestros seres queridos, bajo cuyo calor podamos sonreír y contar historias que nos hagan compañía. Todo esto llegará, pero ahora toca apurar la luz de estos días finales de verano, aunque no hagamos otra cosa que mirar al cielo y dar gracias por todo.
Marco Antonio Torres Mazón