Hablábamos la semana pasada de la muerte de la reina Isabel II y hoy, como un eco a todas esas palabras, seguiremos hablando de pérdidas y de ausencias. Como si quisiéramos adelantar un mes de noviembre dedicado a los difuntos, a la muerte de la reina siguió una cascada de fallecimientos, entre los que cabe destacar el de la actriz Irene Papas y el del novelista español Javier Marías.
Hay una teoría no escrita que me dice, en mi experiencia personal, que siempre que voy una vez al tanatorio termino regresando al poco tiempo por segunda vez. Y algo de esto pasó hace unos días cuando entré en una librería y en la sección de poesía (esa que últimamente han colonizado “poetas de segunda regional” con versos para forrar carpetas de adolescentes melancólicos) vi, de riguroso negro y oro, el título “Un año y tres meses”, de Luis García Montero. Compré el libro sin pensarlo demasiado y lo llevé a casa con la premura del que sabe que tiene entre las manos algo muy especial. La faja del ejemplar nos dice: “Los poemas dedicados a Almudena Grandes por Luis García Montero. Uno de los más hermosos libros de amor de la literatura reciente”. No soy muy amigo de las fajas, que suelo tirar a la basura o usar de marcapáginas sin hacer demasiado caso a lo que pregonan, pero en este caso algo de verdad contiene. A la luz de la luna de septiembre, con la estrellas visitando mi balcón y el alma ya otoñal, leo de un tirón los varios poema que componen el libro. Cuando cierras el volumen, después de leer el último poema, te queda en el cuerpo la sensación del que has estado junto a un amigo que se abre en canal para mostrarte, aunque solo sea por unos minutos, todos sus adentros. “El amor es también una luz negociada”, nos dice en uno de los primeros poemas. Habla de la cotidianidad del amor de dos personas lectoras y de la luz de la mesita de noche, ambas repletas de libros, y del modo en que se trata de acompasar el encendido y, sobre todo, el apagado de las lamparitas. Y de estas pequeñas cosas, de los diminutos retales del tiempo compartido que ya son ausencia, habla el libro. He sido lector de García Montero desde hace muchos años, y es imposible no pensar en ese otro libro, que le valió el nacional de poesía, titulado “Habitaciones separadas”, y en todos los poemas de amor naciente y desesperado dedicados a Almudena que latían en su interior. “Cuando los merenderos de septiembre / dejaban escapar sus últimas canciones / por las colinas del Genil, / yo miraba la luz, / como una flor envejecida, / caerse lentamente. Lo recuerdo”. Así comenzaba “Habitaciones separadas”, con el recuerdo de la luz de un otoño que ya acampa entre nosotros.
A uno le gustaría consolar desde la fe y la esperanza a los que sufren la pérdida; decirles que la muerte no puede ser el final ni, como decía Tolstoi, la última puerta. Queda, eso sí, el recuerdo, el amor, lo vivido: un libro que se cierra pero que, gracias a Dios, se puede volver a abrir.
Marco Antonio Torres Mazón