La UNED de Elche ha sido bautizada con el nombre del poeta.
Por decisión unánime de su órgano ejecutivo y académico, el Centro Asociado a la UNED, de Elche, ha puesto el nombre de Pedro Salinas a su sede en la ciudad de las palmeras este pasado jueves, día 10 de noviembre.
El catedrático Jesucristo Riquelme, doctor en Filología, ha querido acercar al gran público y a la comunidad universitaria, la obra del escritor Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951). Combinando rigor y divulgación, Riquelme explica minuciosamente la relevancia del profesor, poeta y ensayista madrileño.
De la pléyade de escritores y de escritoras de la generación del 27, descolló Salinas con una mirada personal y distinguida. Su mirada nos sumerge en el mundo interior de las emociones: y no solo de las amorosas, sino también de las que emanan de la magia jubilosa de los objetos cotidianos, de lo sublime oculto en la naturaleza, y nos ilumina en la compleja urdimbre de la sociedad moderna, que, por despiadada y enajenante ya a mitad de siglo xx, también será finalmente cuestionada. Fue el «hermano mayor de la generación», en palabras de Rafael Alberti. Compartió el marcó estético y estilístico de la poesía pura de su gran «amigo amigo» Jorge Guillén, el autor de Cántico, a la estela de la guía poética de Juan Ramón Jiménez. Guillén lo ensalzó como «un aficionado a genio», pues «pocas veces se habrá logrado un equilibrio tan armónico entre el poeta, el crítico y el profesor». «Nadie más mirativo», sintetizaba con perspicacia otro de sus amigos, el historiador de la literatura Vicente Llorens.
El libro de Jesucristo Riquelme, titulado Pedro Salinas. Sigilos de amor y aventura universitaria, es el primer manual crítico editado por UNED Elche en sus más de cuarenta años de servicio educativo. Durante el acto de bautismo, concurrieron dos momentos estelares. Por un lado, la presencia del ponente que protagonizó la lección magistral, el nieto del homenajeado: Carlos Marichal Salinas, hijo de Soledad Salinas, quien versó sobre la estancia de su abuelo en tierras ilicitanas, en la finca Lo Cruz, en El Altet. El egregio familiar de Pedro Salinas estuvo arropado por la vicerrectora de la UNED de Formación permanente para el desempeño profesional y desarrollo social, Beatriz Badorrey, el alcalde de Elche, Carlos González, y el director del C. A. a la UNED de Elche, Francisco Escudero. Asimismo, con motivo del primer año académico de la extensión cultural y comienzo de grado presencial en Torrevieja (UNED Elche-Torrevieja), asistirán al acto el alcalde de la ciudad salinera, Eduardo Dolón, y el concejal de Educación, Ricardo Recuero. El doctor Salinas, llegado ex professo de México, ha cedido, para la ocasión, los derechos pertinentes de la producción de su abuelo, auspiciará unas becas de estudio universitario y promocionará un concurso de ensayo en honor de Pedro Salinas, siempre en el seno de actividades de la UNED de Elche. Como rememorizó el ponente invitado, en aquella plácida finca rural de El Altet, propiedad del padre de la esposa de Pedro Salinas, Margarita Bonmatí, el poeta pergeñó sus más hermosas composiciones amorosas que le han dado cabida en el Olimpo de los poetas de la Edad de Plata: allí escribió, durante los años 30, los poemarios La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento: una trilogía emotiva y elegante de la mejor poesía amatoria en español. En opinión del historiador de la literatura Ángel Valbuena Prat, «La voz a ti debida es el gran poema contemporáneo de amor, de unidad completa de amor». Curiosamente los críticos se aventuraron a vaticinar sobre la musa de estos cantos jubilosos, de perpleja alacridad, que entronizaban el surgimiento del amor («Conocerse es un relámpago»), su deleite carnal e imaginariamente espiritual o absoluto, y su decaimiento cuando la amada se distancia aunque sus sentimientos no fueran perecederos y permanece la esencia del recuerdo más elevado. Algunos dijeron que era una mujer inventada, una quimera de la mente ilusionada del poeta. Casi treinta años después de fallecido el poeta, casi cincuenta años después de haber iniciado la trilogía, se supo fehacientemente que el poeta debía su voz lírica (“La voz a ti debida”) a la veneración de una amada, una profesora estadounidense, Katherine Rending, que había conocido en 1932 y con quien se vio esporádicamente durante apenas un curso y un par de veranos., hasta 1935. Sin embargo, la correspondencia del poeta entregado a su pasión amorosa –«Vivo en la doble vida»– pervivió durante tres lustros. En su primera misiva, en 1932, confesaba sin pudor creativo a su amada: «Lo que a ti te doy, Katherine, a nadie se lo quito». Por otro lado, se obsequió a la concurrencia un ejemplar del nuevo libro. El profesor Riquelme resalta tres aspectos del polifacético Salinas que justifican su nombre en lo más alto del centro universitario de Elche: su adhesión a las tierras alicantinas del sur de la provincia, su importancia como promotor de una novedosa universidad española y su categoría literaria como poeta, profesor y ensayista. En primer lugar, ya lo tildó Juan Ramón de «Levantino castellano», y el propio Salinas escribió a su esposa, en tiempos del exilio, «Me declaro ciudadano del Mediterráneo»: «Todo el mundo lleva, en lo más secreto de sí, una afinidad misteriosa con un determinado paisaje o aspecto terrenal. El mío es lo de Alicante (…). Y me parece que uno de los castigos que me podría imponer la vida es no volver a ver ese horizonte». La adhesión de Pedro Salinas a la Alicante meridional se debió a sus vivencias en tierras y aguas de Santa Pola, de Elche (El Altet) y de Torrevieja, que conoció y disfrutó desde joven. Existe una foto de Salinas remando en Torrevieja; la imagen data de 1928, fue obtenida por Juan Guerrero Ruiz, encumbrado por Lorca, ese mismo año, como «cónsul general de la poesía», cuando rodaba un documental en el que aparece nuestro poeta surcando las tranquilas aguas torrevejenses con la voz de Jorge Guillén recitando en off. En segundo lugar, Salinas, heredero de los krausistas, catapultó la relevancia de la formación integral del ser humano en búsqueda de la perfección del individuo y de la comunidad. Entendió la pedagogía como la disciplina que aspira a hacer personas, en perfecta simbiosis éticoestética y fue erigiéndose en el más reputado pedagogo literario español de la primera mitad de siglo xx. El madrileño había sido el verdadero inspirador y creador de la Universidad Internacional de Santander –1a que luego terminaría apellidándose Universidad Internacional Menéndez Pelayo–, fundada en 1932, de la que fue su primer secretario general. Sin duda, este fue su más sobresaliente logro en la gestión cultural española: «Por primera vez en mi vida he creado algo de volumen y trascendencia social y colectivo. La U. I. [La Universidad Internacional] ha sido como mi expresión política latu sensu», escribe a Katherine Reding, una universidad que pretende hacernos más humanos, o sea, más dignos. Y, en tercer lugar, su labor de poeta y su cometido de profesor y ensayista caminarán paralelos: su poética se define como una búsqueda de absoluto, (en la belleza), sin concesiones a lo sentimental ni a lo ornamental, deleitándose en la morosidad creativa por encima de la vertiginosidad o de las apariencias materiales. La aventura de absoluto la delimitó el propio escritor impregnado del simbolismo y de la poesía pura de la época: «Estimo en la poesía, sobre todo, la autenticidad. Luego, la belleza. Después, el ingenio». En sus críticas literarias, con pasión docente, impulsó la vivencia del texto: tratar de las emociones que emana una creación literaria y destacar el sentido de la cultura: «[La cultura noble humanística] corre el riesgo de perderse en una sociedad que endiosa la técnica y la objetividad científica». En su más ambicioso ensayo, El defensor, medita sobre cuestiones sociales y culturales candentes de la mitad de siglo xx. Después de haber sido poéticamente voz del augurio (con sus poemas futuristas de vanguardia) y voz del auxilio (con sus entregas amorosas), su compromiso cultural llega alzando su voz del exilio (con poesías cívicas de gran calado humano, que hoy tocan la fibra sensible). El poema más representativo del final de su producción lírica es «Cero», del poemario Todo más claro. «Cero», elaborado en 1944, antes de ser lanzadas las bombas de Hiroshima y Nagasaki (en agosto de 1945), es un largo poema de intervención, como diría Pessoa: una poesía colectiva y social de advertencia humanista: «Soy el que acusa al enemigo malo, / al gran fraude del mundo, a la mecánica», setenciaría Salinas en el poema «Contra esa primavera».