“Hay sombras oscuras en la tierra, pero sus luces son más fuertes por contraste”
Charles Dickens, Los papeles póstumos del Club Pickwick
Creo que ya he comentado por aquí alguna vez que hace muchos años, cuando era joven y tenía la extraña capacidad de hacer que los días durasen más de 24 horas, fui voluntario de prisiones. La Iglesia, a través de la Pastoral Penitenciaria, realiza un trabajo impresionante en todas las cárceles del mundo; también, claro, en las de nuestro país. La experiencia vital que adquirí en esos años ha condicionado de una manera muy clara mi forma de ver el mundo. Conocí en esa época a un interno al que todos llamábamos por su apellido: Picó. Lo recuerdo como si lo tuviera delante ahora mismo: de baja estatura, con el pelo negro y enmarañado, la tez morena y los ojos pequeños, brillantes; la boca, como en la mayoría de los casos de una fuerte drogodependencia, prácticamente desdentada. Tenía Picó un carácter vivaz, enérgico. Cuando organizábamos algún debate o una pequeña charla en la que los internos podían tomar la palabra, Picó no dudaba un momento y lanzaba una imperiosa diatriba sobre el poder, el dinero y lo injusta que era la justicia. Picó era de los que pensaba que en la cárcel solo están los pobres, los de abajo, los de siempre. Yo al principio le decía que eso no era así, y le mostraba algunos ejemplos de ilustres personajes que habían ido a parar a la cárcel por las más diversas circunstancias. Picó admitía mis datos, pero acto seguido me decía: “No te preocupes que esos tienen dinero, es decir, buenos abogados, por lo que en unos meses estarán en la calle. O, si tienen muy buenas relaciones, podrán conseguir un indulto”. Unos meses más tarde, la realidad daba la razón al bueno de Picó, que no esperaba ni medio minuto en restregármelo por la cara: “Mira, ese del otro día ya ha salido. Indultado. A nosotros, que venimos de la pobreza y de la droga y de los barrios marginales, cárcel y más cárcel, hasta que la hepatitis o la desesperación acaben con nosotros”. Esto último lo decía ya con claros signos de impotencia y decaimiento. Yo trataba de darle ánimos, pero él prefería que le diera un cigarrillo.
Estos últimos meses se está hablando mucho de indultos. Indultos relacionados, en todos los casos, con gente que ha estado en el poder. Otra vez los de arriba. Otra vez la vieja dialéctica de ricos y pobres, que ya creíamos superada… Y el recuerdo de Picó y de su impotencia ante un mundo que se empeña en no darle una oportunidad a quien de verdad la necesita.
Siempre que entro en una iglesia y enciendo una vela, rezo para que esa luz ilumine a Picó y a todos los presos que ya perdieron la esperanza. Y también por la Pastoral Penitenciaria, por los voluntarios que acuden a las cárceles para acompañar a los internos en las largas horas de soledad y desesperación; por los Padres Mercedarios, que realizan su misión allí donde nadie quiere acercarse. Una vela quizá no sea mucho, pero no hay luz que no sirva para iluminar algo de oscuridad.
Marco Antonio Torres Mazón