El árbol en la plaza, con sus luces y sus adornos, el belén, con sus figuras que parecen cobrar vida al calor de las miradas de los más pequeños (esos que saben ver mejor que nadie); la iluminación de todas las calles y plazas; las casetas de madera del mercadillo navideño (una seña de identidad plenamente europea que no podemos permitirnos el lujo de perder); el olor a castañas asadas, la textura del algodón de azúcar, el color irresistible de las manzanas de caramelo; los garbanzos torraos (la “pesaica”); el chocolate caliente: estamos en Adviento.
El escritor José Jiménez Lozano solía hacer una anotación especial en las fechas de Adviento en sus cuadernos o diarios (un poco como lo hago yo, salvando toda la abismal distancia, en las líneas de este semanario, año tras año). Suelen ser las que se encuentran entre mis preferidas. Al caer la tarde en las tierras de Ávila, la presencia de la nieve y del frío y de unos leños crepitando en el hogar, don José se disponía a escribir algún comentario al hilo del tiempo vivido (así es como me lo imagino yo, claro); un tiempo, el de Adviento, propicio para las obras de Shakespeare, por ejemplo, que nos dejó páginas preciosas sobre esta época del año; o para los libros de Charles Dickens. De sobra saben los que me conocen mi admiración sin límites por el genio inglés, así como mi costumbre, desde hace ya muchos años, de leer por estas fechas su “Canción de Navidad”, un pequeño gran libro que siempre es nuevo en cada relectura. Precisamente de Dickens leo estos días un libro bien singular: “Vida de Jesucristo”. Publicado por la editorial sevillana Renacimiento, la historia de este texto es bastante curiosa: Charles Dickens lo escribió para sus hijos, y prohibió su publicación hasta que el último de ellos no hubiera fallecido. Ahí está la prueba irrefutable, si es que tal cosa todavía estaba en duda, del carácter plenamente cristiano del autor de “Oliver Twist”, como muy bien nos recuerda el hermoso prólogo de Enrique García Maíquez. Un libro, si me permiten la recomendación, ideal para leer en estas fechas.
En “Los cuadernos de Rembrandt”, uno de los diarios de José Jiménez Lozano, escribió en el Adviento del año 2005 el siguiente poema, titulado precisamente así, Adviento: “En Adviento, / huellas en la nieve de alguien / que no encontró albergue, / y pasó de largo. / Quizás murió ya fuera de la aldea, / mas no se supo, con el deshielo luego”. Creo que en esos pocos versos está gran parte del secreto de estas fechas. La nieve no nos puede hacer olvidar a aquellos que más nos necesitan, pues luego, cuando el deshielo aclare los caminos y despeje las cumbres, podemos arrepentirnos de no abrir la puerta de nuestros corazones, albergues del alma.
Cae la noche y nuestra ciudad se ilumina; en los balcones ya parpadean, intermitentes, las luces de colores; sale humo de algunas chimeneas en las plantas bajas. Continúa la espera…en la esperanza.
Marco Antonio Torres Mazón