“Cristo niño de pie junto a María,
como una corona era su pelo.
Las flores lo miraban desde abajo,
y todas las estrellas desde el cielo”.
Chesterton, “Canción de Navidad” (Traducción: Aurora Rice)
El libro es en octavo, en tapa dura y con una imagen de “la Anunciación” en su portada. Está publicado en la editorial Herder, especializada en filosofía y teología. Lleva por título “La bendición de la Navidad. Meditaciones” y está firmado por Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. Se trata, además, de la suma de dos pequeños libros, uno de los cuales comienza con las siguientes palabras en el prólogo: “Los artículos que presentamos compilados en este opúsculo surgieron con diferentes ocasiones durante el Adviento y el tiempo de Navidad de 1977”. Fue al leer esta frase, en la página 10, una tarde de domingo, después de encender en la celebración de la eucaristía esa tercera vela de la corona de Adviento que tiene el color rosa y que nos indica, con un signo precioso, que nuestro corazón debe llenarse de gozo y de alegría, cuando algo en mi interior me dijo que ese libro había estado esperándome justo desde el momento en el que nací.
No recuerdo el Adviento y la Navidad de 1977. Imagino que para mi familia debió de ser especial. Los días previos a mi llegada, la incertidumbre se palparía en el ambiente. A cada nueva vela que se encendía en la corona de Adviento, los ojos de mi padre y mis hermanos, de mis abuelas y de mis tíos, se posarían, como gorriones en el tendido eléctrico, en la abultada barriga de mi madre. Me gusta imaginar los nervios de los días previos… ¿qué hacemos? ¿Compramos todo para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad o esperamos a ver qué pasa? Y los días, inexorables, que seguían descolgándose del calendario. Y amaneció la Nochebuena de 1977. Imagino que haría frío, porque antes siempre lo hacía. Lo único que sé con certeza de ese día es que mi madre le dijo a mi padre, justo en el preciso momento en el que le servía un suculento plato de arroz y pavo al medio día, que ni se le ocurriera comenzar a comer, ya que Marco, un servidor de ustedes, venía ya en camino. La suerte y el sentido común, a partes iguales, hicieron que mis padres siguieran los consejos de Rosa para que me tuvieran en el hospital de Alicante. De no ser así, es muy probable que yo no hubiera escrito ningún artículo en Vista Alegre, ni hubiera comenzado a salir con mi mujer, también en un lejano tiempo de Adviento de 1995, ni hubiéramos tenido a mi hija Esperanza, ni… Una pequeña decisión que posibilitó mi existencia, y seguramente la de mi madre también. Así transcurrieron las Navidades del 77, mi madre y yo en el hospital, mi padre con mis hermanos y mi abuela en casa.
En estos días, leyendo el libro que Benedicto XVI escribió en el Adviento y la Navidad de 1977, justo en el tiempo en el que mi familia preparaba mi llegada al mundo, he sentido una enorme emoción interior, parecida a cuando aparece en tu memoria un recuerdo largamente olvidado. Les deseo de todo corazón, queridos amigos, una Feliz Navidad.
Marco Antonio Torres Mazón