Con una sonrisa, mucho mejor.

Apenas hemos parpadeado y ya llevamos más de medio mes de enero ventilado; el tiempo corre, vuela y, de paso, nos arrastra. Abre los ojos 2023 y lo primero que ve es que todavía la guerra en Ucrania sigue en marcha; esa guerra que apenas iba a durar unos días y que iba a ser un paseo militar para el dictador Putin. A veces pienso que no hemos aprendido nada, a pesar de todos los libros de historia (muchos de ellos muy buenos) que hay en las librerías por el módico precio de veinte o treinta euros. Pero eso de leer… Hay una frase muy buena que se le atribuye a Manuel Azaña: Si en España quieres guardar un secreto, escribe un libro. Muchas veces pensé que era demasiado exagerada; otras pienso que es demasiado acertada.

Podemos caer en la tentación de tratar de imaginar qué nos deparará este año 2023 y, sin embargo, estaremos condenados al fracaso. Si algo hemos aprendido en el último lustro es que a la hora de echar predicciones hay que tener en cuenta los imprevistos, las variables, el temido principio de incertidumbre. Ahí está para corroborarlo la pandemia del Covid-19 o la ya citada Guerra en Ucrania. El peligro bélico o el riesgo de enfermedades contagiosas siempre había estado ahí. El inicio del Decamerón de Boccaccio es un recordatorio de que ciertos fantasmas siguen pululando por las estancias de la vieja Europa como si el tiempo no pasara por ellos.

 Y, no obstante, todo lo dicho hasta ahora no hace sino arraigar más la idea de que tenemos que disfrutar de todos los días de nuestra vida. Si cualquier cosa puede pasar y, además, puede suceder en cualquier momento… ¿por qué no dar gracias hoy por todo lo mucho o poco que tengo? “Glorificad a Dios con vuestra vida”. Me gusta esa fórmula de despedida de misa porque me recuerda, nos recuerda, el don maravilloso de estar vivos, de poder respirar y sentir y pensar y amar y rezar. Disfrutar del olor a lignina de un viejo libro o del atardecer anaranjado de un melancólico domingo, de la caricia o el abrazo de alguien que nos quiere o de la palabra “perdón” en los labios de alguien a quien queremos, del sabor único de un trozo de pan con aceite o de la parte final de la Novena Sinfonía de Beethoven. Todo está al alcance de nuestra mano, de nuestra mirada, de nuestro corazón.

 Cada vez los años pasan más rápido. Con esta frase delato ya mi edad. Apenas volveré a parpadear y estaremos de nuevo, si Dios quiere, levantando nuestras copas por un nuevo año que llega a nuestras vidas. Seguramente el único secreto, la única opción correcta y razonable para asimilar todo esto sea la de dejarse llevar, arrastrados por el turbión de días, semanas y meses y por la sucesión inmisericorde de acontecimientos que, siento decirlo, serán unos buenos y otros no tanto. Vivamos, pues, dando gracias por nuestro mero existir. Y si es con una sonrisa, pues mucho mejor.

            Marco Antonio Torres Mazón