La vida detenida

En unos días llegaremos al primer año de la Guerra en Ucrania. Del desarrollo real de la misma es muy poco lo que sabemos, si dejamos aparte la propaganda que unos y otros se empañan en mostrarnos a cada momento. De lo que iba a ser una invasión relámpago ya poco queda. Rusia no se paseó por Kiev a las dos semanas de comenzar la guerra. Es más, lo que realmente tenemos ahora mismo es un conflicto estancado, una guerra lenta y destructiva.
Los que hablan, muchas veces con una asombrosa frivolidad, de la guerra olvidan a menudo el verdadero coste humano, lo que de tragedia personal tienen todos los frentes. Leía estos días la clásica novela de Erich Maria Remarque «Sin novedad en el frente», donde se nos narra, con crudeza y realismo, no exentos de cierta poesía, el día a día en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial de unos jóvenes que ya no tienen futuro y que, en cambio, cargan con un pasado que por edad no debería corresponderles. Poco se diferencia, por no decir nada, esa lejana guerra de la que ahora vivimos en Ucrania. Al menos en lo que se refiere a la muerte, al dolor, a la pérdida, a la destrucción total de una generación que ya no conocerá otra cosa que la sangre, el barro y el miedo. En la novela de Remarque llega un momento en el que te olvidas de en qué bando transcurre la historia. Quizá ahí radique su fuerza y su enseñanza. Lo mismo sucedía con otra maravillosa novela, «La roja insignia del valor», de Stephen Crane (El escritor Paul Auster publicó hace apenas un año una extraordinaria biografía de mil páginas sobre Crane titulada “La llama inmortal de Stephen Crane”), ambientada en este caso durante la Guerra Civil Norteamericana. La tesis de ambas obras es la misma: de la guerra al final solo queda un largo y profundo río de sangre.
Recuerdo una escena de una película de mi admirado John Ford ambientada durante la Guerra de Secesión («Corazones indomables», 1939), en la que, en una noche de lluvia y frío, los soldados heridos regresaban a casa como viejos fantasmas del pasado. Es una secuencia que resume perfectamente el último estertor de una batalla, la última frontera de toda guerra: el difícil regreso a un hogar que ni siquiera sabemos si sigue en pie.
Un año del inicio de la Guerra en Ucrania. Poco hemos sacado en claro. Las imágenes, sin embargo, nos dejan el mismo aliento de destrucción y muerte de toda contienda bélica, como ya cantara Homero en la Ilíada. En las costas de Troya el mar se tiñe de rojo y los cuervos reclaman su dosis de carroña. Los versos del poema de Thomas Gray retumban en nuestra conciencia como los cañonazos del frente: «Los senderos de la gloria solo conducen a la tumba». La guerrera continúa mientras la vida, la mayoría de las veces, se detiene.

Marco Antonio Torres Mazón