Solemos pensar en la corrupción política en términos puramente partidistas, cuando en realidad se trata de un grave problema moral. Es una tentación muy frecuente. Cada vez que aparece un caso en televisión o en cualquier otro medio de (des) información resulta casi imposible no decir: mira, pero si es del partido “X” o del partido “Y”. Bajo este esquema mental late, sin embargo, un grave problema: confundir guerra política con bajeza moral.
Salía esta semana un nuevo caso de corrupción. Es algo que en este país viene siendo habitual más o menos desde el siglo XVI, cuando el gran Cervantes inmortalizara nuestra idiosincrasia en la maravillosa Novela Ejemplar «Rinconete y Cortadillo» (y qué importante aquí es el tema de Novela “Ejemplar”; Cervantes, sin embargo, sabía que, en cierto sentido, predicaba en el desierto). Las imágenes, las fotos, las declaraciones, incluso el propio rostro de los protagonistas del nuevo caso de corrupción nos retrotraían a un tiempo rancio y cutre. Automáticamente los de un lado guardaban silencio (los del partido implicado en la trama) y los del otro ondeaban la bandera de la decencia. No se preocupen, en el siguiente caso los papeles se intercambian sin problema, sin ningún pudor.
Ver la corrupción como un problema político es no querer ver la realidad de las cosas. El verdadero problema de la corrupción es moral: la total ausencia de unos valores que nos sirvan de guía ante cualquier tentación. No sería un mal inicio volver la mirada al relato bíblico del Éxodo, cuando Dios entrega a Moisés los mandamientos. Lo hace, además, grabándolos en piedra, con el fin de que nunca se olviden. Pero no hay piedra que soporte ciertas tentaciones, por lo visto. Pretender ver esta historia como un cuento de niños trae como consecuencia una profunda ausencia de moral, de ética, de fe.
He estado leyendo estos días un libro titulado «Vladivostok». Es una selección de las terceras que José Carlos Llop escribió en ABC durante más de 10 años. En una de ellas, bajo el título de «Andreotti en Casa Dante», Llop nos habla de la corrupción como un tema profundamente moral. Ese artículo se publicó el 27 de mayo de 2013, hace ya casi una década. Pero el tiempo, para ciertos temas, apenas pasa. En un momento determinado dice José Carlos Llop: «Todas las pasiones de la política están en Shakespeare, pero en Dante están sus consecuencias ulteriores, esas en las que los políticos – y en general los devotos del poder – no suelen creer». En la inmortal obra de Dante son innumerables los políticos que nos vamos encontrando en los sucesivos círculos del infierno.
El axioma de Chesterton bajo el cual cuando dejamos de creer en Dios comenzamos a creer en cualquier cosa puede ser una buena vara de medir para esta sociedad que se sigue sorprendiendo de que exista la corrupción mientras se empecina en demoler, uno a uno, todos los valores sobre los que se ha constituido occidente.
Marco Antonio Torres Mazón