Con el uso de las nuevas tecnologías y las redes sociales se está produciendo una curiosa situación: muchos perfiles se quedan abiertos cuando el dueño de dicho perfil ha fallecido. Piensen, por ejemplo, en una cuenta de Facebook. Su usuario sube con asiduidad fotos, comentarios o enlaces de todo tipo; interactúa por medio de “me gustas” o “me encanta” o por medio de los chats privados. El usuario, además, es amigo o conocido al menos. Entonces esa persona fallece. Y su perfil en Facebook queda abierto, como una herida muchas veces, pero también como una oportunidad para, pasado el tiempo, volver a asomarse a “su mundo”.
Piensen en otra situación, que seguro les ha pasado alguna vez. Un contacto de Whatsapp. Puede ser un buen amigo o, incluso, un familiar muy allegado. Alguien, en definitiva, importante en nuestras vidas. Imaginen una conversación por mensaje de voz. Imaginen ahora la ausencia de esa persona, su fallecimiento, su muerte. Y esos mensajes que puedes volver a escuchar cada vez que quieras. Volver a oír la voz de esa persona en esos momentos en los que más la echas de menos. Tengo un mensaje de voz que no pienso borrar nunca; el de una persona vital en mi biografía y que ya no está. Y su mensaje sigue diciendo, tras una felicitación de cumpleaños, “gracias, muchas gracias sobrino”. A menudo me sorprendo buscando ese mensaje, pulsando el botón de play y escuchando su voz. Y llorando al tiempo que sonrío, porque los sentimientos no son como los compartimentos estancos, y se mezclan y nos mezclan a su antojo. Ojalá hubiera tenido uno de esos mensajes de voz de mi padre, por ejemplo. Antes eran las fotos. Se nos desgastaban entre los dedos de tanto acariciar los rostros ya desaparecidos, ya casi olvidados. Las cámaras de video consiguieron, de algún modo, encapsular voces y movimientos. Pero es un poco pesado buscar una cinta, enchufar un reproductor, conectarlo a la televisión, etc. Se nos quitaban las ganas y nos quedábamos con el recuerdo. Ahora no; ahora lo tenemos todo a golpe de teléfono, con solo entrar en el perfil de la red social o pulsando un mensaje de Whatsapp.
Cuando mi padre murió lo primero que comencé a olvidar fue su voz. A veces, cuando sueño, creo escucharla y reconocerla, pero al despertar esa sensación se va evaporando, dejando en su lugar un poso de tristeza que no se me termina de ir en todo el día. Por eso me gusta, de vez en cuando, poner una cinta de vídeo donde él aparezca y ver cómo se mueve, cómo habla, cómo vuelve a estar presente. Recuerdo que una vez mi hija me preguntó: ¿cómo habla el abuelo? Le hizo mucha gracia escucharlo en una vieja cinta donde él aparecía. Le gustó, sobre todo, escuchar su risa. Esa que, según ella, yo tengo igual. Esa que, estoy seguro, ella ya nunca olvidará.
Marco Antonio Torres Mazón