La primavera y los libros (Segunda parte)

Decíamos ayer, en la recién estrenada Pascua y la recién florecida primavera, que este nuevo tiempo siempre conviene recorrerlo acompañado de buenos libros o, al menos, de libros que a nosotros nos hagan felices. Se celebra además en estas fechas el Día del Libro, momento en el que todos los españoles nos acordamos de nuestro querido Cervantes. La semana pasada les comentaba que mi mente ya estaba pensando qué libros elegir para disfrutar de esta estación que, aunque padezco por mis alergias, trato de vivir con toda la intensidad que merece.

Hace unos meses conseguí en una librería de viejo de Madrid una edición de la “Guía espiritual de Castilla”, de mi admirado José Jiménez Lozano. Desde hace unos años voy leyendo paso a paso toda la obra de este escritor que primero me cautivó con sus diarios, luego con sus novelas y su poesía, y ahora disfruto con sus maravillosos ensayos. Heredero de una prosa y, sobre todo, de una manera de mirar el mundo plenamente cervantinas, José Jiménez Lozano me acompaña en todas las estaciones del año, como esos árboles de hoja perenne que siempre nos regalan su sombra y su cobijo.

 Cervantino también es Andrés Trapiello, otro escritor al que no puedo más que admirar y agradecer las grandes horas de felicidad lectora que me ha regalado desde hace ya muchos años. Su monumental “Salón de Pasos Perdidos”, compuesto ya por más de veinte tomos, es acaso la obra más ambiciosa de la literatura en nuestro idioma de las últimas décadas. El nuevo tomo, “Éramos otros”, me espera también con la promesa de costumbristas visitas al Rastro, hermosas geórgicas cacereñas, tiernos momentos de intimidad familiar y finísimas caricaturas literarias (muy al estilo de las de su admirado Juan Ramón Jiménez), todo ello regado con un sentido del humor digno del autor de las Novelas Ejemplares.

 La tercera figura de claro aire cervantino que viajará conmigo, si Dios quiere, es la de nuestro querido Azorín. Tengo esperando desde hace unas semanas un suculento ensayo que escribió Santiago Riopérez bajo el título “La voz española de Montaigne: Azorín”, donde relaciona, de una manera muy personal, la vida y obra de estos dos escritores que, separados por varios siglos, están más cerca de lo que parece.

 Abril cervantino, por tanto, el que me he preparado con la esperanza de pasar algunas horas inolvidables, cerca del mar y más cerca todavía de esas personas que son importantes en la vida de uno. Y es que al final todo es más sencillo de lo que parece, ya que bastan unas pocas cosas para poder decir: vivir siempre merece la pena. Tengan pues preparados sus libros, pero más preparado todavía su ánimo y su corazón. La primavera sigue su camino, y nosotros con ella.

            Marco Antonio Torres Mazón