En 1952 el músico vanguardista John Cage compuso una obra titulada 4′ 33». Es una pieza que puede ser interpretada por cualquier orquesta y por cualquier instrumento. Se trata de una única nota de silencio que dura exactamente eso, cuatro minutos y treintena y tres segundos durante los cuales la orquesta o el músico no ha de tocar su instrumento. Una obra que, en realidad, es diferente cada vez que se «toca», pues los pequeños ruidos (la respiración del público, una tos nerviosa entre los asistentes, el roce apenas imperceptible de unas manos que se frotan nerviosas) que suelen acompañar ese prolongado silencio son distintos en cada nueva interpretación.
Leo estos días un brillante ensayo sobre Montaigne. Entre otras muchas cosas de interés, se nos cuenta en este libro (La voz española de Montaigne, Azorín, de Santiago Riopérez y Milá) todo lo relacionado con su retiro voluntario en su torre de Burdeos, con sus libros y las inscripciones que hizo grabar en las vigas del techo de ilustres pensadores clásicos o textos bíblicos. Y se nos cuenta también algo que desconocíamos (a pesar de haber leído varios libros sobre este tema): cómo Montaigne hizo construir en el primer piso de la torre una capilla y un conducto que comunicaba ese primer piso con el segundo, que era su dormitorio, para de este modo poder escuchar la celebración de la misa mientras yacía enfermo en su lecho. Un silencio que no es tal…y una visión de Montaigne mucho más compleja y matizada. A veces me pregunto por las razones ocultas que nos impiden conocer este tipo de datos; datos que explican muchas cosas, o al menos eso me parece. Tantos libros leídos sobre Montaigne y sólo en uno encuentro ese dato revelador…
Pascal, otro maestro de la literatura y el pensamiento francés, decía que muchos de los males que acompañan al ser humano derivan de la imposibilidad de ciertos hombres para poder estar solos en una habitación en completo silencio: o, lo que viene a ser lo mismo, sólo con el sonido de sus propios pensamientos.
Si pensamos en esos lugares en los que es más o menos obligatorio guardar silencio (una biblioteca, una iglesia) nos daremos cuenta que este, el silencio, nunca es completo del todo. Como en la composición de John Cage, el sonido inherente al ser humano rellena todos los huecos de cualquier partitura. En un mundo cada vez más saturado de ruidos (de todo tipo, de toda condición) , intentar encontrar un poco de silencio en nuestras vidas se hace más necesario que nunca. En el silencio encontramos todo lo necesario para poder escuchar y escucharnos. Como en una larga vigilia, el silencio nos sirve para abrir los ojos a todo lo que de verdad es importante y que, en la mayoría de las ocasiones, sólo se nos dice en un leve susurro.
Marco Antonio Torres Mazón