Anotaciones de agosto II: Paisaje y paisanaje.

Pasear por la ría de Bilbao y recordar a Unamuno y su «Paz en la guerra». Hay en el casco viejo de esta ciudad algo que resuena a los poemas de Juan Manuel Bonet, sobre todo a los de su libro «La patria oscura».

Dejo en el norte un buen puñado de buenos amigos y las retinas impregnadas del color de sus montañas: pasaje y paisanaje se funden ya para siempre en mi memoria, en mis recuerdos.

Los libros que uno escoge para leer en vacaciones son tan importantes como el destino donde piensa leerlos. Álvaro Mutis, Sylvain Tesson, José Mateos, Andrés Trapiello, Cervantes,…

Unos días en los Pirineos, con buenos amigos y desconectando de todo. Sólo dejarse arrastrar por la belleza que te rodea. Es tan grande el contraste entre este paisaje y el del mar del que venimos que, al principio, nos cuesta asimilar que estas montañas, estos ríos y este color verde sean reales y no el decorado de una película.

Ralph Waldo Emerson, Amiel, James Boswell, Leon Bloy,… Esos son los diaristas extranjeros que prefiero. En ellos no sólo encuentro buena literatura; también esa compañía que nos aportan los viejos amigos.

No puedo evitar un punto de emoción en Lourdes al contemplar las paredes de la basílica y la cripta llenas de las acciones de gracia de tantas gentes que nos precedieron en la fe. Es la Palabra la que sostiene todo esto, pienso mientras rezo con los ojos cerrados.

Leo estos días de vacaciones el libro de Sylvain Tesson «El leopardo de las nieves». En una de sus páginas encuentro la siguiente frase: «Definición del progreso (y por tanto de la tristeza): Cubrir en diez horas lo que Marco Polo había tardado cuatro años en recorrer». Y la palabra clave de esta expresión es «tristeza».

Cada vez que viajo fantaseo imaginando cómo sería mi vida si viviera en esa zona en la que estoy disfrutando de mis vacaciones.

El camino de regreso de las vacaciones y esa extraña sensación que nos entra: la de desear llegar a casa, al hogar, al lugar del que un día partimos con la intención de alejarnos y desconectar. Hay algo homérico en todo eso; como Ulises regresando a Ítaca.

Lo que uno lleva a ciertos viajes no es sólo el equipaje en forma de maletas, sino todo eso que llevamos dentro día tras día y que no siempre sale a flote; una mochila de la que es difícil desprenderse.

Los últimos dos o tres días de vacaciones son como un domingo por la tarde; con su melancolía, con su tristeza, con su punto de esperanza.

Marco Antonio Torres Mazon