Anotaciones de septiembre I: Largas noches de hospital

El lugar donde uno piensa con más claridad que “no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde” es en la cama de un hospital.

Hay un soneto de Jon Juaristi que me gusta especialmente. Se titula “Un cruzado húngaro de 1456”. Los dos versos finales son, como toda buena poesía, una oración: “Libera Tú mi brazo del cansancio/en las últimas torres de Bizancio”. En noches oscuras donde arrecia la tormenta lo repito como la antífona de un salmo.

Cuando te quedes en la cama de un hospital, en urgencias, sin saber si el diagnóstico es leve o muy grave, aguardando el alba y sus pruebas concluyentes, entonces y sólo entonces me podrás preguntar para qué vale rezar.

Lo que hace dos meses era imposible siquiera imaginar que lo fueran a hacer, hoy ya es algo de lo que hablan todos los periodistas. Mañana será un hecho consumado. Así funciona este país desde hace unos años. Algo a lo que estamos empezando a acostumbrarnos.

El rosario que hoy compras en Lourdes mañana te hace compañía en una madrugada insomne en la UCI.

El aforismo de Nietzsche “lo que no te mata te hace más fuerte” puede delatar, en el fondo, una intuición velada sobre Cristo, ya que Él ha vencido a la muerte y, por lo tanto, nada puede superarle en poder.

Escribes para poder ocultarte. Nadie se lo va a creer, pero es verdad.

Te entra la duda razonable de continuar más allá de septiembre con esta suerte de diario o volver en octubre a los clásicos artículos que has venido escribiendo desde hace ya algunos años. Mientras lo decides te das cuenta de que este pequeño rincón, estas “palabras enmarcadas”, es un lugar en el que, semana tras semana, te sientes plenamente feliz.

Los buenos libros son los que te hacen compañía. Pero una compañía que no termina cuando cierras el libro, sino que perdura y crece a medida que pasa el tiempo. Por eso de un gran libro no se termina de salir nunca. Nunca abandonas del todo “La Ilíada”, “Don Quijote de la Mancha”, “La vida de Samuel Johnson” o “Los hermanos Karamázov”.

La alegría que sientes cuando encuentras a buen precio en una librería de saldo ese libro que llevabas mucho tiempo buscando. Por eso intentas tener siempre algunos títulos difíciles de conseguir en mente, como pequeños sueños que te proporciona eso que Unamuno llamaba “contento de vivir”.

Cuando un amigo te regala unos libros no sólo te está obsequiando con algo que sabe que te gusta, sino con el tiempo que pensó en ti mientras planeaba ese regalo.

Tienes que atesorar muy fuerte los buenos momentos y la gente con las que los has vivido para poder luego, cuando las cosas se tuerzan, alimentarte con su recuerdo.