Conchita Moreno Alonso
Ya estamos en octubre.
El pasado día 23 de septiembre asistimos al equinoccio de otoño. En esta fecha la duración del día es igual a la de la noche y ya en adelante cada día será más corto y por lo tanto la noche se irá alargando. La luz va perdiendo su brillo y nos ofrece cierta palidez, no exenta de una profunda belleza, al mismo tiempo que los colores también nos muestran suaves contrastes.
A quienes nos gusta observar el cielo, las nubes, el campo y sobre todo el mar, encontramos que este tiempo tiene un atractivo especial en sus cambios de luz y color.
Mirando nuestro pueblo, comprobamos con una gran satisfacción, que las playas han recobrado la tranquilidad que les es habitual en estos meses. Bien es verdad que no ocurre como en otros tiempos, en que el día del Pilar nos quedábamos completamente solos. En la actualidad nos quedamos más acompañados, demasiado acompañados diríamos, pero se puede llevar, si lo comparamos con el verano que hemos tenido, sobre todo en el presente año. ¡Cuánta gente!, pero sobre todo ¡Cuánto calor!
Siempre he pensado que el verano es mi estación preferida. Pero cuando me encuentro metida en la realidad torrevejense de plenitud veraniega, me entran dudas razonables sobre mis preferencias.
Volviendo al otoño, que es el motivo que me ha llevado a escribir y centrándonos en Torrevieja, pues bien, ya podemos pasear, andar por el centro con cierta tranquilidad, encontrar algún conocido, ir a la playa y disfrutar de aguas limpias y con una agradable temperatura.
Termino copiando, unas palabras de un pasaje del libro Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. Hacen referencia al otoño y contienen belleza y poesía.
“Han pasado las vacaciones y, con las primeras hojas amarillas, los niños han vuelto al colegio. Soledad. En la ilusión suenan gritos lejanos y remotas risas…
Sobre los rosales, aún en flor, cae la tarde, lentamente. Las lumbres del ocaso prenden las últimas rosas. Silencio.”