Me pongo la película “Éxodo”, de Otto Preminger (1960). Hacía muchos años que no la veía y tenía una idea vaga de ella. Sí recordaba, por ejemplo, que era una película que le gustaba mucho a mi padre. Basada en una novela de Leon Uris. Y es muy curioso, viendo hoy el triste panorama, pensar que el guion (y qué guion) está escrito por Dalton Trumbo, autor también de “Espartaco”, “Papillón” o “Johnny cogió su fusil”. Curioso, digo, ver cómo ha cambiado la “izquierda” en ciertos discursos. Desde luego, por mi parte, me quedo con Trumbo.
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Qué felicidad ver que, por las mañanas, temprano, ya el viento viene fresco, como recién estrenado.
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Una frase tremenda de “Éxodo” y que demuestra la finura de Dalton Trumbo. Ya casi al final de la película, después de casi cuatro horas, se cava la tumba de dos personajes, uno palestino y otro israelí. Y uno de los protagonistas dice lo siguiente: “Los muertos siempre comparten la tierra en paz. Pero eso no basta; es necesario que los vivos también aprendamos a hacerlo”. No se puede decir mejor. No hay nada que se pueda añadir.
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Releo “Brooklyn Follies” de Paul Auster. Durante unos años leí con mucho gusto sus novelas y diarios. Releer es como citarse con un viejo amigo. Ya no hay que perder tiempo en las presentaciones ni en los silencios incómodos. De Paul Auster me gusta mucho la facilidad de su prosa. Te sientas a leer uno de sus libros y en una hora, sin apenas darte cuenta, te zampas cien páginas. También me gusta esa forma en la que consigue que personajes tan dispares terminen ayudándose y apoyándose unos a otros. Una solidaridad natural, sin grandes gestos. Como una oración sencilla que brota de lo más profundo.
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Te agobias y te sientes triste por algunos problemas. Entonces piensas que hace apenas un mes estabas en el hospital, en la UCI, sin saber muy bien cómo iba a salir todo. Te das cuenta, como no puede ser de otra manera, que los verdaderos problemas son los que son, y no otros. Si hay salud, todo se puede acometer, todo se puede pelear, todo se puede disfrutar y vivir. El resto…sucederá.
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Me acuerdo de un poema de José Jiménez Lozano. Su título, “La aurora”. Apenas cuatro versos para contener todo un mundo.
Mira cuán delicada es la aurora;
aunque se trate de un día aciago,
te lo entrega con sus rosados dedos,
para no herirte de antemano.
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Algunos libros otoñales: “Leyendas”, de Gustavo Adolfo Bécquer, “Don Juan Tenorio”, de José Zorrilla, “La colina de los chopos”, de Juan Ramón Jiménez, “Casa desolada”, de Charles Dickens, “Diario íntimo”, de Amiel.
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Todos necesitamos tener cerca a algunas personas en nuestra vida. Ellas dan sentido a lo que nos rodea y nos sostienen cuando la tempestad arrecia. Levantemos nuestras copas a su salud y agradezcamos a Dios su existencia.
Marco Antonio Torres Mazón