Hubo un tiempo en que las ciudades eran diferentes, por mucho que uno quisiera no podía hallar en ella un McDonalds o comprarse una camisa en Zara. Cada cual se tenía que conformar con lo que encontrara en el camino y con la lengua que hablaran sus gentes. En esa época los amigos no te enviaban emails más bien te ayudaban en el trabajo o en la calle con un apretón de manos franco y directo. Aquellos hombres iban plasmando con una ruidosa máquina de escribir las ideas que les venían a la cabeza, corrigiendo errores y acentos que se les escapaban. Después el cajista, en la imprenta, iba componiendo letra a letra y línea a línea lo que más tarde sería un libro o un artículo.
Una fotografía, por ejemplo, era algo valioso que se conservaba durante toda la vida, en una caja de cartón, en el regazo, la muchacha o en el más ancho bolsillo del pantalón, el varón. Las imágenes se apreciaban quizás en su justa medida, no era la cascada actual, el torbellino que no nos deja pensar en nada. Ir al cine era algo mágico pues el número de películas eran contadas. Quien deseaba guardar un vago o agradable recuerdo de lo que había visto conservaba la estampita al salir del cine, la cual reproducía el cartel más grande que colgaba de las grises paredes de aquel viejo Nuevo Cinema.
Hubo también un día en que Miguel Aráez Suárez, habiendo sufrido en sus propias carnes lo que significa no modernizar una empresa y las consecuencias negativas que ello pudiera acarrear, decidió comprar un ordenador Macintosh. Como hijo de su tiempo, no pudo ni quiso renunciar al futuro.
“Macintosh es el nombre con el que actualmente nos referimos a cualquier ordenador personal diseñado, desarrollado, construido, comercializado y vendido por la compañía Apple. El Macintosh 128K fue lanzado el 24 de enero de 1984. Siendo el primer ordenador personal que se comercializó exitosamente, que usaba una interfaz gráfica de usuario (GUI) y un ratón en vez de la línea de comandos”.
Después de haber leído esta cita de Wikipedia no deja de resultar curioso comprobar que la imprenta Gráficas Torrevieja, la cual ha sufragado parte de los gastos que ha costado levantar este Museo, echara a andar a finales de marzo de 1984.
Todo lo cual me lleva a pensar que en esa re11mota mañana de los ochenta en que Miguel comenzó a manejar el 128K en su viejo despacho del número 28 de la calle San Policarpo y vio de qué manera el trabajo que a los cajistas les llevaba horas, el talentoso Macintosh lo ejecutaba en minutos. Al igual que Cronos en la antigua mitología griega que devora a sus hijos, allí estaba ya el Macintosh devorando a los suyos.
Repito, quizás en ese mismo instante, sin él saberlo, empezó a concebir el Museo que hoy tiene el orgullo y el placer de presentaros, a vosotros que como él habéis contemplado ese proceso, y a los que vendrán, para que vean que los ingenios que utilizan no les han llovido del cielo y, que tras muchas horas de trabajo y de esfuerzo los seres humanos se superan a sí mismos y entre todos intentamos que la vida sea más fácil y podamos disponer de nuestro tiempo, sin la necesidad de realizar faenas que tiempo atrás resultaron tan arduas…Cuando las ciudades no eran iguales y los SMS eran notitas garabateadas sobre el papel que se filtraban por debajo de las puertas.
Miguel Ramón Aráez Moreno