Si terminas el Adviento igual que lo has comenzado tendrías que plantearte si estás haciendo algo mal…o algo no todo lo bien que deberías.
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En el penúltimo párrafo del prólogo a su libro Atenas y Jerusalén escribe Lev Shestov: “Todo lo que no procede de la fe es pecado”. Es un aforismo que perfectamente podrías encontrar en los Pensamientos de Pascal.
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La política de este país no para de degradarse. Da lo mismo cuando leas esta frase.
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Cada vez que acompaño a E. al Club Náutico para sus clases de remo, el cielo nos regala un atardecer que supera en belleza al del día anterior. Impulsado por la sensación de no dejar escapar ese regalo, saco el teléfono y disparo una foto. Siempre en el mismo sitio. Siempre la misma foto, podría pensar el lector. Pero no; nunca es la misma foto porque los pequeños detalles, que son los que de verdad importan, cambian. Y el primer cambio es nuestra mirada. Eso desencadena en mi interior una serie de recuerdos asociados: me recuerda el Cuento de Navidad de Auggie Wren, me recuerda cómo su autor, Paul Auster, lucha desde hace tiempo con un cáncer que lo está poniendo contra las cuerdas, me recuerda a tantos como luchan a diario dando un ejemplo de vida a los demás, me recuerda a los que ya se fueron. Sí, la mirada cambia, y cada atardecer que fotografío cuando acompaño a E. al Club Náutico para sus clases de remo es un regalo que no estoy dispuesto a dejar pasar.
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Bajar las luces del árbol de Navidad del sostre y desenredarlas y probarlas: la lejana infancia y sus Advientos.
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En Los cuadernos de letra pequeña tiene José Jiménez Lozano unas páginas hermosas sobre la luz del árbol de Navidad y las otras luces que nos distraen. “Y también un árbol de Navidad decía en la oscuridad de la noche, como decía la candela que en todo el Oriente cristiano se ponía a la ventana de la casa; era una frágil llama frente al mundo, que indicaba, además, que quien estuviese sin amparo podía acogerse”.
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En Cristo todo es motivo de escándalo: nacer en un pesebre, morir en una cruz, regalarnos la vida eterna, exigirnos la razón del amor…
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Chesterton tiene una obra de teatro deliciosa titulada El juicio del Dr. Johnson y en un momento determinado pone en boca del famoso lexicógrafo y hombre de letras inglés la siguiente reflexión: “Señor, quien es tan impaciente como para interrumpir las palabras de otro, raras veces tiene la paciencia de elegir con sensatez las suyas”.
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No hay mejor prólogo para la Navidad que María; no hay mejor luz para el Adviento que la Purísima.
Marco Antonio Torres Mazón