El comienzo del año nos anima con la sensación de las cosas nuevas, recién estrenadas. Entre esas cosas está, claro, nuestra esperanza de intentar ser mejores, de ver nuestras metas por fin alcanzadas. Luego tenemos todo un año para asumir con deportividad nuestra derrota. Así, como Sísifo, nos movemos año tras año.
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La larga espera de la noche de Reyes…y la rápida amanecida del 6 de enero.
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Los Reyes Magos dejan un buen cargamento de libros: como grandes leños para entrar en calor en el duro invierno.
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Hay películas que asocio a mi infancia y que no puedo dejar de ver si las pasan por televisión: Cimarrón, El hombre tranquilo, El árbol de la vida, El halcón y la flecha, Mujercitas… Cuando las veo lo que realmente contemplo no es la película, sino al niño que soñaba viendo esas (y otras) películas.
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Nací en Nochebuena y me bautizaron el día de la Epifanía; es ahora cuando empiezo a entenderlo todo.
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El momento de recoger todos los adornos de Navidad que con tanta ilusión pusimos en casa hace más de un mes. Desmontar el belén, quitar uno a uno todos los elementos del árbol y luego, por supuesto, plegar el árbol para que descanse todo un año en su propia caja. Subirlo todo al altillo del armario. Una profunda melancolía, como de domingo por la tarde, inunda toda la escena. Adiós a los adornos exteriores. Ahora es cuando los adornos interiores deben brillar con más fuerza durante todo el año.
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Hay una tristeza inherente a cada final y una esperanza asociada a cada comienzo.
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Releo unos poemas de José Jiménez Lozano. Uno de ellos, el titulado Inventario, tiene la fuerza suficiente para crear todo un mundo en apenas cuatro versos.
Yo tenía un peón, de niño,
unas canicas,
un lacre rojo y una cuerda,
una sonrisa.
Cuatro versos que encierran una profunda verdad: cuando llega el momento de hacer recuento, inventario de lo esencial en nuestra vida, sólo la mirada a la infancia tiene el poder de hacernos felices, de dibujarnos…una sonrisa.
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Días de verdadero frio, de vientos recios que golpean las persianas en noches largas de insomnio intermitente. Te levantas temprano, tomas un café tratando de hacer el menor ruido posible en la cocina. Lees…escribes…ves los primeros rayos de un tímido sol golpear en las ventanas. Abres la ducha y dejas que el agua caliente te vista con su húmeda cotidianidad. Bendices el olor de cada nuevo despertar y agradeces el don de cada nuevo día. Vivir es un inmenso regalo, el más grande de todos.