Entro en un establecimiento y, en el mostrador, veo la tarjeta de presentación de un “coach” experto en jóvenes. Dice que les ayuda a diseñar su futuro. “Diseñar” el futuro… ¿Y cómo se hace eso? ¿No sería mejor enseñarles a asumir su pasado para vivir su presente y asimilar el futuro? Luego, claro, vienen los tratamientos por depresiones varias y cosas lamentablemente más trágicas. Recuerdo que en la serie Shtisel, uno de los personajes decía una frase: “Si quieres que Dios ser ría, cuéntale tus planes”. Futuro, ay…
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Los mecanismos del poder (más bien de quien lo ostenta): tapar un delito con otro delito, de manera que ya no se hable del primero (quizá más grave) y así sucesivamente hasta llegar a un punto en el que ya no eres capaz de distinguir lo que es delito de lo que no lo es. En esas estamos.
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Cuando me cuesta coger el sueño (que suele ser casi siempre) hago listas de libros que tengo pendiente de leer o de libros que quiero comprar para añadir a la lista de libros pendiente de leer.
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Los viernes de Cuaresma me gusta escuchar, aunque sólo sea un rato, el Vía Crucis de Franz Liszt. Es una obra que me hace compañía de una extraña manera que no soy capaz de explicar pero que me reconforta en lo más hondo del alma.
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Días de fuerte viento…despleguemos nuestras velas.
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Leo las crónicas que José Jiménez Lozano escribió desde Roma durante el Concilio Vaticano II y que ha publicado, con gran acierto, la editorial Renacimiento. Lejos de resultar un tema árido o pasado, estos textos nos vuelven a colocar en la tesitura, y en la esperanza, de decidir cómo queremos que camine nuestra Iglesia. Nada más actual, me temo. Y rezo para que la fuerte polarización en la que ahora mismo nos encontramos aminore poco a poco.
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Me parece sorprendente que alguien, a partir de cierta edad, pueda ilusionarse con cualquier proyecto político.
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En una carta, fechada el 4 de junio de 1753 escribe Voltaire: “Al morir debemos dejar señales de amistad a los amigos, arrepentimiento a los enemigos y la reputación en manos del público”. No es un mal propósito.
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Qué felicidad la de tener un domingo por la tarde sin ningún compromiso, sin nada más que unas cuantas horas para leer, escribir, tomar una infusión o, simplemente, instalarnos en ese letargo perezoso en el que sentimos que nos pasa el tiempo. E. siempre dice que los domingos por la tarde son para quedarse en casa y entristecerse (en el mejor sentido de la palabra) por la inminente llegada del lunes. Veo que, a pesar de su juventud, ya comienza a tener una visión poética de la vida.
Marco Antonio Torres Mazón