CAROLINA MARTÍNEZ. La perplejidad con la que a menudo recibimos la noticia de la partida de alguien muy conocido, se extendió por la Ciudad el pasado sábado 25 de mayo ante el fallecimiento de un Torrevejense de cuño: el Profesor, historiador y navegante Mariano Galant Torregrosa.
Y es que nunca se está preparado para dejar que la Inmortalidad reciba a aquellos que, sin pretenderlo, están destinados al respeto y afecto de una Ciudad, en particular de los que le conocimos.
Sé que estarías ahora mismo protestando entre dientes, echándote las manos a la cabeza si supieras que me acaban de encargar unas palabras dedicadas a tu memoria; no eras amigo de alabanzas públicas… y mucho menos de panegíricos.
No te preocupes, hay poco espacio, así que seré breve, pero todo lo sincera que mi relación primero como alumna y luego como aprendiz me permita. Con la venia:
Mariano Galant fue sobre todo un Profesor humanista clásico, de los que estaban convencidos que el individuo correctamente instruido buscará el saber y hará un buen uso de sus facultades intelectuales y, por tanto, será más libre, tolerante y responsable de sus actos. Lo que no es poco, teniendo en cuenta el beneficio que para una sociedad, y ahora más que nunca, supone que en la práctica del humanismo acertemos en nuestras decisiones con la fuerza de la razón, y no otra.
Y ese fue su empeño en la docencia, poner en práctica el “sapere aude”, iniciar el camino de abandono de la infancia e iniciar el desarrollo de la madurez intelectual de los alumnos que pasaron por sus manos.
Para tan tremenda empresa, con aquella materia prima que fuimos generaciones de atolondrados adolescentes, Mariano habría de utilizar instrumentos poco frecuentes en las aulas y planes de estudio: el don de su sentido del humor y el hacer suyos los temarios obligatorios, sin encorsetamientos. ¡No te aburras, aprende a saber! parecía querer decirnos. Mariano fabricó una filigrana pedagógica de primera que mezclaba una visión trasversal de la Historia desde el espíritu crítico y el anti dogmatismo. Ahí queda eso, supéralo.
También lo hizo cuando le tocó impartir otras asignaturas, de estas que le colaban a los profes por falta de titulares de la asignatura.Cosas de la administración educativa.
No olvidaré nunca aquella clase de griego, 3º de BUP, en la pizarra la que esto escribe declinando de aquella manera, es decir, mal, mientras tú me dedicabas con sorna un rotundo “en casa del herrero….” Nunca más tuviste que repetirlo; con Mariano había que dar la talla aunque fuera por vergüenza torera.Y con mi padre, también.
Pasado el tiempo, todavía no conozco a ningún alumno suyo que no haya reconocido su ingenio y singularidad, y por decenas se cuentan los testimonios que afirman que el Profesor fue uno de los mejores, si no el mejor, de todos los que tuvieron a lo largo de la vida académica.
Pero esto no queda aquí, su faceta como historiador no tiene precio en la cultura local. Su curiosidad insaciable y la perseverancia que dedicó durante tantos años a la investigación y divulgación de nuestro pasado -y también su conexión con el presente y futuro-, su criterio incuestionable, hizo que hayan quedado para la historia local un nutrido número de publicaciones e iniciativas y asesoramientos de inmenso valor cultural; y es por lo que tantos aprendices acudimos a él, a su magisterio, a intentar aprender y luego poner nuestra firma ya convencidos de contar con la aprobación del maestro.
Y aquí entra en juego otra de sus virtudes, su tradicional modestia que va de la mano de la generosidad que tanto y con tantos practicó, generosidad de tiempo dedicado y conocimientos.
Mariano Galant practicó la CULTURA que provoca beneficios a los demás y satisfacción personal de la que no precisa laureles, también dolorosas decepciones; en cualquier caso, militó en la Cultura que no se alimenta de falsos conceptos todos revueltos en ese gran cajón de sastre, sino en la del beneficio común, que es la que se recuerda y perdura como herencia a las siguientes generaciones.
Con mi reconocimiento y con la pena que me queda de no haber podido despedirme de ti, te digo ¡hasta siempre, maestro!.
Que navegues con el viento a favor en un bote de vela latina por la eternidad. Estoy segura que Giner de los Ríos te habrá recibido con el sillón M mayúscula.