Notas de verano I: Las cosas realmente importantes

Para dar la bienvenida al verano me gusta escuchar a Samuel Barber (aunque, para otras cosas, sea un autor muy otoñal). Su obra Knoxville, Summer of 1915 musicaliza unos poemas de James Agee. Su dulce melodía trae a mi memoria el recuerdo de esas largas horas de siesta leyendo a Stevenson, a London, a Verne, a Salgari. Soy capaz de revivir con gran detalle el momento justo de esos veranos en los que tenía en mis manos La isla del tesoro, Relatos del gran norte, Viaje al centro de la Tierra, Los misterios de la jungla negra. Esta última obra, Los misterios de la jungla negra, de Emilio Salgari, volví a recordarla hace poco, ya que en ella aparece un personaje en la India que dejó el brazo en alto años y años como sacrificio u ofrecimiento por la humanidad, y hace unas semanas salió en las noticias un santón hindú que, efectivamente, había hecho semejante acto, dejando su brazo en alto ya más de cincuenta años. Literatura y realidad; realidad y literatura.

Y, como todos los años, la hoguera cerca de casa. Tan cerca que puedo escuchar los números del bingo y toda la música hasta altas horas desde la cama, mientras intento descansar un rato. Ya es suerte la mía, que jamás me ha tocado nada en un sorteo, tener la única hoguera que queda en toda la ciudad justo a una calle de mi casa. En fin…

Leyendo un libro de poemas de Adam Zagajewski tengo la sensación de asistir a una representación de lo poco que queda de la Vieja Europa. Una Europa que hunde sus raíces en Atenas, Roma y Jerusalén; la Europa de los grandes descubrimientos, del Grand Tour del siglo XVIII, de Samuel Johnson y de Goethe, de Toltoi y de Dostoyevski. La Europa de Pessoa y Unamuno también, y de Azorín paseando por los buquinistas de París y Gregorio Marañón en su casa del Cigarral de Toledo; la Europa de la que hablaba Steiner o ciertos libros de Fernando Castillo, de algunos poemas de Juan Manuel Bonet. Una Europa que hoy, mientras escribo y recuerdo con felicidad el libro de Zagajewski, apenas soy capaz de reconocer.

Un grupo de “activistas” mancha con pintura el monumento megalítico de Stonhenge. Cuando llegaron para hacer su performance, su teatrillo triste y ridículo, las cámaras de televisión y los periodistas ya estaban allí, como parte del decorado.

Escucho en Radio Clásica el último programa de La hora de Bach presentado por el gran Sergio Pagán, que se jubila. Lo hago mientras camino por el paseo, junto al mar, en un atardecer lento de verano. Qué sencillas son las cosas realmente importantes.