Solemos pensar que hay que ser sinceros, decir las cosas, no quedarnos nada dentro. Es verdad. Pero también lo es que en muchas ocasiones conviene no hablar, no dañar a la otra persona de un modo gratuito e innecesario. Olvidamos que muchas veces lo mejor que podemos ofrecer a los demás es nuestro silencio.
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E. nació el 3 de julio de 2012, a pocos minutos de las 12 de la noche (por tanto, a pocos minutos de ser 4 de julio). Todos los años trato de regalarle unos versos en sustitución de los cuentos que le escribía cuando era más pequeña. Hoy le escribo este haiku mientras tomo un café en la cocina:
Amaneciste
siendo noche cerrada.
Felices doce.
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Unos días en Gerona. Venimos a acompañar a E. en el campeonato de España de remo que se celebra en el lago de Banyoles. No conocíamos esta zona, y A. y yo nos quedamos sorprendidos por su serena belleza. Hay en las piedras de Gerona restos de viejas historias y algo de ese tono marrón que poseen ciertos lugares, como esos pueblos de media montaña que, siendo de interior, tienen relativamente cerca la costa. Le tenía ganas a esta ciudad desde que leí, hace muchos años, la novela de José María Gironella titulada Los cipreses creen en Dios. Creo que es una novela excelente que, sin embargo, no tiene la valoración crítica que se merece. En ella, en la novela, Gerona es un personaje más. Sorprende, o no tanto, la nula presencia del libro en la ciudad. No vi en ella ni una placa ni una mención de algún tipo. Pero ni eso ni los balcones llenos de lazos amarillos o alusiones al independentismo pudieron mermar la belleza de la judería o de los edificios literalmente pegados al rio.
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Te resulta complicado no emocionarte al animar a E. desde la orilla, mientras rema y defiende con uñas y dientes, junto con el resto de la tripulación, su posición en la manga. Su brazo levantado como diciendo “hasta aquí hemos llegado” es un pequeño gran triunfo.
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Continúas la tradición de comprar un libro en cada ciudad que visitas. En Gerona, en una librería de saldo, un clásico que tienes pendiente: Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh. En la habitación del hotel, antes de partir de regreso a Torrevieja, guardas en las páginas de la novela una postal de unos relieves de la parroquia de Sant Feliu. Al final llenas los libros con pequeñas marcas y señales, a modo de balizas que te sirvan de guías en la oscuridad. Un día, dentro de muchos años, abrirás Retorno a Brideshead y volverás a recordar esos días de primeros de julio en los que paseabas con A. por la judería o animabas a E. desde la orilla del lago.