Notas de verano IV: El leve rumor del mundo

Muere José María Álvarez, poeta cartagenero de los que Castellet incluyó en su famosa antología, como se encargan de repetir las (escasas) crónicas. Gran traductor. Su versión del Rey Lear es la que prefiero y la que releo con gusto cada cierto tiempo. Sus escritos sobre Shakespeare, reunidos la mayoría en un pequeño volumen de tirada minoritaria en una pequeña editorial almeriense (y cuyo nombre no puede ser más adecuado para quien tanto amó el mar y realizó una traducción del clásico de Stevenson La isla del tesoro: “El gaviero ediciones”), son imprescindibles.

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            A veces te pasan cosas que demuestran que no has aprendido nada. Y está bien que así sea. Vaciamiento.

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            Recibo la antología de Jaime García-Maíquez, La humana cosa (Editorial Renacimiento). Acompaña al libro y a la atenta dedicatoria, una bella postal del cuadro de Rubens Ninfas y sátiros, con otra dedicatoria más atenta todavía. Las redes también enredan para bien, poniéndote en contacto con personas a las que admiras y que demuestran un trato amable, redoblando así tu aprecio por ellas. Lo de la ética y la estética, tan de Juan Ramón Jiménez, se cumple aquí de una manera clara, gracias a Dios.

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            Llevo toda la semana pensando en una fotografía de Bernard Plossu que me gusta mucho. Una ventana abierta al mar. Un pequeño espigón. Un barco. El mar y el cielo se confunden en una tonalidad de grises que no parece tener fin. Es Marsella, pero podría ser Estambul… o la Torrevieja de los años 50 o 60. Me gustan mucho las fotografías de ciudades marítimas antiguas. Recuerdo la impresión que me produjo leer en su momento el libro de Orhan Pamuk Estambul, ciudad y recuerdos, no solo por lo que cuenta sino por las fotos que acompañan al hermoso texto. De hecho, terminé comprando también el libro de fotos de Ara Güler sobre la ciudad turca. Hay algo en esas viejas fotos que me trae el recuerdo de una Torrevieja que sólo he conocido a través de otras viejas fotos pero que, por un raro encantamiento, soy capaz de añorar con nostalgia y melancolía. Es como si todas esas ciudades y todos esos tiempos vivieran en mi interior, en mi memoria.

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            Primera visita a la playa del verano: sillas, toallas, algo de fruta, unos bocadillos, agua fresca y limonada. También, claro, algo para leer: Si una mañana de verano, un viajero, de José Carlos Llop. E. y yo nos metemos nada más llegar en el agua, que nos recibe con una excelente temperatura y con el anuncio de un atardecer cadencioso. A. se queda en la orilla, leyendo tranquilamente y guardando el fuerte. Mi memoria se llena de recuerdos, que van y vienen al compás de las olas. Los primeros veranos con la pequeña E. y también con mi madre en esta misma playa, en este mismo mar. E. y yo nos cogemos de la mano y nos capuzamos al mismo tiempo. Con la cabeza sumergida sólo se escucha el leve rumor del mundo. Es suficiente.