En los últimos días de agosto suelo releer, desde hace ya algunos años, algo de Ramón Gaya. Imagino que será la cercanía del tan ansiado día de san Ramón (ansiado por los que vivimos en la costa, en lugares turísticos). Como compré en la Feria del libro de Madrid, en la caseta de la editorial Comares, el volumen Algunos aforismos del pintor Ramón Gaya, es el que he utilizado este año como lectura. Más que una antología se trata de una destilación. Y la demostración, una vez más, de que la voz de Gaya sigue iluminando. Se podría decir de él lo que de Edmund Burke decía Emerson: “Despliega ríos de luz en su época”.
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En cierto modo, acabado agosto se acabó el verano.
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Desconectar tanto de la actualidad que por un momento creas que en el mundo no sucede nada. Puede ser una buena aspiración.
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Septiembre también es un reseteo de muchas cosas; un volver a empezar; un año nuevo antes del Año Nuevo; un entrenamiento y una prueba para las cosas que han de venir.
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En una de las baldas de la biblioteca de casa había un libro cuyo título, de pequeño, me hacía mucha gracia y, en cierto modo, despertaba mi curiosidad. Pasó el tiempo. Lo normal hubiera sido, siendo yo un lector habitual, que en un momento u otro ese libro de título tan curioso hubiera caído en mis manos. Pues no. Y pasó más tiempo todavía. Tanto que ya la biblioteca paterna, faltando el padre, se dispersó. Le perdí la pista a ese libro hasta que hace unos meses quiso la casualidad (o eso creemos nosotros) que me volviera a encontrar con él. Agonizando el verano, me pongo por fin a leerlo. Y pasadas las primeras páginas, incluyendo la preciosa cita del Evangelio de Mateo (“La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es limpio, todo tu cuerpo será luminoso”), me pregunto, emocionado por la belleza de este libro… ¿por qué no he leído antes las Industrias y andanzas de Alfanhuí de Rafael Sánchez Ferlosio?
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Vamos caminando por la ciudad y tratando de adivinar en ella los más leves signos de que los veraneantes se van marchando a sus casas, a sus lugares de origen. Buscamos, con cierta mirada de esperanza, síntomas de la tan ansiada rutina de septiembre. Cuando vemos que se produce uno de estos cambios, entonces sonreímos y nos alegramos: ya todo vuelve a la normalidad.
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Los dos meses que, al comenzarlos, huelen a ropa recién estrenada: Septiembre y enero.
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Cada vez que miro al cielo recuerdo lo que Christian Bobin decía para referirse a los gorriones en pleno vuelo: cruces voladoras.
Marco Antonio Torres Mazón