Entrar en una tienda de juguetes cuando tu hija ya no es una niña es una sensación extraña, melancólica sin llegar a triste.
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Encuadernar el texto del pregón a las Fiestas Patronales en honor a la Purísima. Sostener en las manos el texto definitivo. Ahora sólo queda esperar. Y disfrutar del momento.
En la visita al cementerio, me acerco a la tumba donde están mis abuelos y mi padre. Y les digo que los he tenido muy presentes y muy cerca durante la escritura del pregón.
Mientras salimos, siguen cayendo las hojas de los árboles en este otoño de nuestra vida.
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Vivimos en una zona propensa a los terremotos y a las Danas o gotas frías. Deberíamos tener todo un sistema de emergencias actualizado, preparado y operativo para cualquier contingencia relacionada con esta realidad que, periódicamente, azota nuestra tierra. Pero no es así. Viendo estos días las imágenes del agua incontrolable, buscando siempre una salida, un cauce por el que pasar, arrasándolo todo y a todos comprendes la dolorosa realidad.
Y las víctimas, cuyo número desconocemos en su inmensa y desnuda realidad. Y los muertos, los que dejaron su vida entre el agua enfangada y la desesperación. ¿Quién se ocupa de ellos? ¿Hay alguien capaz de contarnos la verdad?
Es cierto que, ante la cifra de muertos y desaparecidos, en el fondo de nuestra alma, sólo nos queda el silencio y la oración.
Sin embargo, la forma en la que se politiza todo da asco. No se respeta nada. La canallesca en la que parece vivir permanentemente este país es para abandonar toda esperanza. Ese juego entre poderes políticos territoriales y centrales, mientras hay localidades a las que todavía no ha llegado la ayuda, es para espabilarnos a todos a base de realismo.
Una conclusión clara de todo lo que está sucediendo en Valencia: ningún político ha estado a la altura de su cargo. Y cuanto más alto ha sido el cargo y, por tanto, la responsabilidad, menos a la altura se ha estado.
Y luego está la utilización interesada del drama; el uso de los muertos para mis intereses políticos.
Al final es siempre el pueblo, en su mejor acepción, el que sabe estar a la altura de todo. Pasaba en los dramas del Siglo de Oro; también en las novelas de Galdós. Y eso es España, no sus nefastos gobernantes.
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Ya no se trata de predecir o no una determinada situación. Se trata, más bien, de gestionar esa situación una vez que se ha producido. Y ahí, en ese contexto, sí que hay que asumir todas las responsabilidades.
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Están todo el día dándonos la matraca con el tema de las noticias falsas o “fake news” y no nos hemos dado cuenta que son ellos los que son la verdadera noticia falsa, la auténtica “fake news”.