Si digo lo que pienso, justo con las palabras que lo estoy pensando, me metería en serios problemas. Entiendo que a casi todos nos pasa lo mismo. Y ese continuo ejercicio de autocensura resulta agotador. A lo mejor es que estamos demasiado pendientes de lo que los demás puedan pensar de nosotros. O de no herir a nadie. En cualquier caso, hemos llegado a un punto con lo políticamente correcto en el que hemos caído presos de nuestros propios silencios.
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Leyendo los Tratados de armonía, de Antonio Colinas. Sorprende la ausencia de José Jiménez Lozano en el que dedica a San Juan de la Cruz, a pesar de lo cual es uno de los mejores de todo el libro.
Son anotaciones en las que el paisaje, exterior e interior, son lo importante. Y la demostración de que la poesía no es sólo una métrica ni la filosofía es sólo un sistema, ya que en estos tratados hay tanto poesía como filosofía.
Un libro que me está haciendo mucha compañía en estos días de noviembre.
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Cuando algo no nos gusta es más fácil caricaturizarlo que tratar de comprenderlo.
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Fernando Aramburu deja su columna en el periódico. En el último texto deja entrever algo que nos pasa cada vez más a algunos: esa sensación de no entender el mundo actual, de ver cómo caminamos inexorables hacia el precipicio y no poder hacer nada. La solución termina siendo, claro, la de Voltaire: quedarse en casa cultivando el huerto.
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Algunos quitan el barro y otros están embarrados.
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Leyendo a Simone Weil en la sala de espera de un hospital. La gravedad y la gracia. Es inagotable y profunda como una cantata de Bach; e igual de bella. “La creación es un acto de amor y es perpetua. En cada momento, nuestra existencia es amor de Dios por nosotros. Pero Dios no puede amarse más que a sí mismo. Su amor por nosotros es amor por sí mismo a través nuestro. Así, Él, que nos da el ser, ama en nosotros el consentimiento para no ser. Nuestra existencia no está hecha sino de su espera, de nuestro consentimiento para no existir. Nos mendiga perpetuamente esa existencia que nos da. Nos la da para mendigárnosla”. Qué cúmulo de ideas, intuiciones e iluminaciones hay en esas palabras. El “mendigo” me trae a la memoria a León Bloy, autor de uno de los mejores diarios que he leído.