En estos días en los que el mundo anda loco en busca de una vacuna para el Covid-19, hoy os traigo un trocito de historia que fue crucial en la erradicación de la viruela, sobre todo en América Latina.
La viruela es la única enfermedad contagiosa que la humanidad ha conseguido erradicar. La última vez que se contrajo de forma natural fue en Somalia, en 1977. Después, solo se contabilizó una víctima más: un año más tarde moría la fotógrafa médica Janet Parker, tras una deficiente manipulación del virus en un laboratorio británico. Finalmente, en 1980, la OMS anunció la eliminación del mal.
Concluía así una larga lucha que tuvo uno de sus hitos principales en la expedición española capitaneada por el médico alicantino Francisco Javier Balmis (1753-1819), destinada a difundir el uso de la vacuna. Es en homenaje a esta acción que el Ministerio de Defensa ha bautizado la operación puesta en marcha actualmente contra la epidemia de coronavirus.
El 30 de noviembre de 1803 zarpaba la corveta María Pita desde La Coruña hacia el Nuevo Mundo. En el barco viajaban 22 huérfanos, con Isabel Zendal, la rectora de la Casa de Expósitos de la ciudad, encargándose de ellos. También viajaban el hijo de esta, el cirujano Francisco Javier Balmis como director de la Real Expedición Filantrópica (vaya nombre con gancho le dieron) y Josep Salvany, otro cirujano, como subdirector. Junto a ellos se embarcaron también tres enfermeras.
Con el beneplácito real de Carlos IV, el rey que es clavado a nuestro rey emérito, quien había perdido a su hija de 3 años por la viruela, la infanta María Teresa, y a su hermano el infante Gabriel, la expedición zarpaba hacia América Latina porque allí la enfermedad estaba masacrando a la población y el rey, en pleno esplendor del Despotismo Ilustrado, quería proteger a sus súbditos de ultramar.
La intención del viaje no era otra que llevar la vacuna, pero de una manera, cuanto menos, sorprendente. Balmis pensó que el medicamento, descubierto por el inglés Edward Jenner en 1796, no aguantaría el largo trayecto e ideó un plan: llevaba a los niños para pasar los anticuerpos de unos a otros cada cierto tiempo a través del “rosesico” de las pústulas, y así sucesivamente. Podríamos pensar que eso es asqueroso pero lo cierto es que funcionó.
Tras su llegada a Venezuela en marzo de 1804, la expedición se dividió para multiplicar los esfuerzos. Balmis se encaminó hacia el norte para vacunar México y, desde allí, enviar a Filipinas, a otros niños portadores de la vacuna, que pasaron por un sufrimiento atroz. El capitán del navío que los llevaría había prometido a Balmis colocar a los pequeños en un compartimento amplio y ventilado, pero, pese en realidad los situó en un espacio lleno de inmundicias y ratas.
Por su parte, el segundo de Balmis, Salvany, marchó hacia América del Sur. Le esperaba un periplo lleno de penalidades en una geografía con distancias descomunales y todo tipo de obstáculos. Él mismo relató así, desde Cochabamba, Bolivia, las dificultades que él y sus hombres tuvieron que superar: “No nos han detenido ni un solo momento la falta de caminos, precipicios, caudalosos ríos y despoblados que hemos experimentado, mucho menos las aguas, nieves, hambres y sed que muchas veces hemos sufrido”.
Terminaron el viaje en 1806, salvando miles de vidas incluidas la de los 22 huérfanos, quienes jamás volvieron a La Coruña. Se embarcaron con la promesa de una vida mejor y cuando terminaron la misión el bueno de Balmis cumplió con lo dicho. Todos los niños, también el hijo de Isabel Zendal, fueron mantenidos y educados hasta que consiguieron una buena ocupación. Los miembros de la expedición se convirtieron en héroes para todas las localidades por las que pasaron pues venían a salvar a sus hijos, quienes hasta entonces morían sin remedio.
Aunque esta es la versión original, que cuenta que el remedio contra la viruela vino en esta expedición, un estudio de Paula Caffarena (“Viruela y vacuna”, Chile, 2016) señala que la vacuna ya se encontraba en muchos territorios americanos antes de que llegara Balmis. Los criollos americanos la habrían obtenido mediante el contrabando con las colonias inglesas, comercio muy utilizado entonces pese al monopolio español. América estaba muy lejos de su metrópoli por lo que las autoridades actuaban de manera autónoma cuando lo creían conveniente, y el remedio contra el mal que les azotaban lo buscaron por todos los medios y donde hiciera falta. Una vez que tuvieron el remedio se creó un floreciente tráfico: “Se vendían públicamente cristales con el pus (…) a precios muy subidos, y salían a vacunar a los pueblos comarcanos y exigían cuatro pesos a cada vacunado”.
Sea como fuere, o bien por llevar la vacuna o por regular su difusión se ha de reconocer, y sus contemporáneos así lo hicieron, que la Expedición Filantrópica fue toda una hazaña a destacar.
Ahora, el nombre de la expedición, ha sido tomado por el Ejército español para su lucha contra el coronavirus. La Operación Balmis tiene la misión de desinfectar todas las zonas donde confluían aglomeraciones de gente, inspeccionar infraestructuras importantes y controlar que se cumple el confinamiento.