Marco Antonio Torres Mazón
Después de 50 días de confinamiento lo único positivo que en lo personal puedo sacar es que me he ido poniendo al día de las lecturas pendientes. La pila de libros sin leer había alcanzado en los últimos meses proporciones homéricas y hoy, mientras escribo estas líneas, ya solo es un pálido reflejo de su grandeza pretérita. Estos días he estado leyendo los artículos que Samuel Johnson escribió para algunos periódicos de su época, como The Rambler , The Adventurer o The Idler. Johnson, como todo gran escritor, escapa a cualquier categoría o etiqueta. Decir que era un moralista cristiano es cierto, pero no bastaría para definirlo. Uno no se convierte en el hombre de letras más citado de Inglaterra, solo por detrás de Shakespeare, solo con ser un moralista cristiano, aunque nunca dejara de serlo.
Lo primero que llama la atención de los artículos de Samuel Johnson es el gran número de citas que utiliza para apoyar sus argumentos. Hoy en día los que escriben artículos de opinión también utilizan citas de otros escritores, aunque la mayoría de las veces uno desearía que citaran menos y pensaran más. La diferencia entre lo que Johnson, un autor del siglo XVIII, elige para citar y lo que citan los autores de hoy en día es abismal. Algunos de los autores de los que Johnson se sirve para apuntalar sus argumentos son: Homero, Platón, Virgilio, Horacio, Marcial, Ovidio, Diógenes Laercio, Cicerón. También cita a Shakespeare, Chaucer y Cervantes (cosa que me dio mucha alegría, claro). Los únicos contemporáneos que aparecen entre los autores citados son, nada más y nada menos, que Jonathan Swift, Alexander Pope y Francis Bacon, ahí es nada. También hay referencias a los Evangelios y a algunos libros del Antiguo Testamento, como El libro de Job. Con este bagaje de citas y autores citados, y la profunda sabiduría de Samuel Johnson, no me extraña que sus artículos tengan tan alto valor, tanto literario como sapiencial.
Los artículos de Samuel Johnson, escritos entre 1750 y 1759, se pueden leer hoy en día con el mismo provecho que si fuéramos sus contemporáneos. No hay tema, humano o divino, que le sea ajeno y de todos tiene algo interesante que decir. El 17 de junio de 1758 publica, por ejemplo, un artículo titulado El partidismo político, que podría haberse escrito hoy en unos de nuestros diarios (si en nuestros diarios se publicaran artículos de semejante calidad, por supuesto). Habla Johnson en ese artículo de esas personas que votan siempre lo mismo, sea cual sea la gestión que el partido votado haya realizado. Es un tipo de fanatismo que, por lo visto, ya se daba en la Inglaterra del siglo XVIII. Hoy, en nuestro país, y con la que nos está cayendo, me temo que sigue pasando lo mismo. Dice Johnson: “De todas las clases de credulidad, la que se muestra más obstinada y sorprendente es la que corresponde al fanatismo político; la de aquellos hombres que al pertenecer a alguno de los partidos políticos existentes en el país se niegan a ver y oír por su propia cuenta, limitándose a creer tan solo aquello que sea favorable a los dirigentes políticos a los que siguen”. Nada más que decir. Que pasen una buena semana.