Artesanos Salineros: Una temporada más del cuaje.

Ana Meléndez Zomeño

Manuel Sala Campos, el Pijote, y Miguel Pérez Muñoz, el Gavilán, han sacado adelante una nueva temporada del cuaje o cristalización de los barcos en sal. Siendo ya muy veteranos, con casi medio siglo de experiencia como artesanos, podría parecer que ésta ha sido una temporada más. No ha sido así.
La artesanía salinera de Torrevieja tiene entre sus más sorprendes singularidades depender, como ninguna otra, del ritmo que marca la naturaleza. El proceso químico de cristalización de la sal adecuado para el cuaje viene determinado por la salinidad del agua, en torno a 27´5º Baumé (aprox. 280 g/l). Además, el proceso se estimula adecuadamente con una determinada intensidad y dirección del viento que bate la lámina de agua.
Cuando no se cumplen estas condiciones, la actividad etnográfica salinera pierde gran belleza o, simplemente, no es posible.
Si llueve intensamente de repente o si se produce una calma total del viento, «los barcos se arrosarían», es decir, la sal se cristaliza formando púas o agujas. Entones hay que descuajar, uno a uno, cada hilo con los dedos, o sumergir las tablas en agua de mar para que se disuelvan los defectuosos cristales de sal, y vuelta a empezar.
Como tantos inviernos, los maestros han aprovechado su tiempo de jubilación para hacer las maquetas: los típicos barcos y grumos, anagramas de entidades locales, anclas, objetos de artistas, el cetro de la reina de la sal, etc. En sus talleres, como ya sabrán, cortan las piezas de madera, caña y otros materiales más modernos. Después, las forran con tiras de algodón blanco desgastado y montan las maquetas. Cada vez en menos cantidades, porque afirman los maestros que «los barcos sólo los quieren los de aquí de Torrevieja como regalo». La verdad es que una actividad artesanal tan curiosa y original debería ser el souvenir de prestigio torrevejense por excelencia, y la cultura de la sal debería estar en la calle.
También lo normal es que en el mes de junio todas las maquetas, atadas en tablones, se sumerjan en las aguas de la laguna de Torrevieja para su cuaje. Sólo que desde la pasada primavera la laguna rosa estaba ¡verde!
En este año 2020, histórico para tantas cosas, la enorme cantidad de agua de lluvia y escorrentía que ha recogido la laguna ha provocado un nivel de salinidad muy bajo, la extraordinaria eclosión de Artemia salina (alimento básico para las aves) y, con ello, se ha producido un hecho feliz e insólito, la reproducción de cientos de flamencos. También ha provocado, desafortunadamente, que la empresa salinera haya perdido la cosecha anual de sal.
Los artesanos se han visto afectados por esta misma circunstancia de falta de concentración de sal. A mediados de agosto, por fin, comenzaba a precipitar el cloruro sódico y la laguna recuperaba su mágico color rosado, pero el tiempo no acompañaba. La falta de viento intenso de Levante y la amenaza de tormentas han supuesto otro gran reto para la ilusión, el buen hacer y la sabiduría de Manolo y Miguel.
No han podido cuajar sus barcos hasta casi la entrada en el mes de septiembre, y tras varios intentos frustrados en la salina, a la que acceden libremente gracias a la deferencia de la empresa arrendataria. La memoria de Manolo y Miguel les remonta a los años 89 o 73 para recordar una situación tan adversa.
La baja salinidad del agua y la inestabilidad climática por poco nos dejan sin artesanía salinera. Veremos el año que viene si nuestros dos únicos artesanos siguen teniendo energía suficiente para mantener su afición, porque la falta de relevo generacional es un problema sin visos de resolverse.
De momento, una temporada más del cuaje.