… Y Kafka se quedó corto.

Marco Antonio Torres Mazón

Leer a Kafka al mismo tiempo que se lee el periódico o se ve el telediario, es decir, mezclar la realidad kafkiana con la realidad cotidiana, puede ser un ejercicio que nos lleve a la locura o, al menos, a confundir ambos planos. Lo que está claro es que la realidad, como siempre, supera con creces cualquier escena de “La metamorfosis” o de “En la colonia penitenciaria”.

            Como siempre voy algo despistado por la vida, suelo enterarme tarde de lo que en las redes sociales ya es antiguo. Esta semana, por ejemplo, me enteraba de la nueva moda que hay ahora entre los actores de Hollywood de no ducharse de forma asidua, apadrinada la ocurrencia por el gurú de turno al que siguen las mega estrellas como auténticos lemmings hasta precipitarse por un acantilado (si con ello consiguen encontrar el “verdadero sentido de sus vidas”). Lo malo no es eso; el problema es que siempre hay una buena porción de masa social dispuesta a seguir a los que siguen al gurú y, de este modo, la cadena siempre encuentra algún eslabón nuevo con el que ganar algunos metros más. Más o menos al mismo tiempo que me enteraba de la nueva moda “made in Hollywood” el presidente de Méjico volvía a insistir en el hecho de que España debe pedir perdón por la Conquista de su país hace 500 años y bla, bla, bla. Ni siquiera la lectura de Kafka nos prepara para estas cosas. Nadie, de hecho, te puede ayudar cuando los tontos hacen acto de presencia y consiguen su minuto de gloria. El problema, una vez más, es el mismo: todos los que, por no esforzarse un poco en leer o por no querer salir aunque sea medio milímetro de sus ideas preconcebidas, actuarán como lemmings o como papagayos, repitiendo la misma consigna y el mismo mantra una y otra vez. ¿Por qué no se lee en los institutos de este país la “España invertebrada” de Ortega y Gasset y la “España inteligible” de Julián Marías? ¿Por qué ya casi nadie habla de Salvador de Madariaga? ¿Por qué nos dan la matraca con los mismos autores y con las mismas obras y no se explica claramente la Historia al margen de pestilentes ideologías? ¿Cuántas generaciones necesitará este país para digerir su propia historia y poder hablar tranquilamente de sus logros y también de sus fracasos sin vanagloriarse por los primeros ni sentir vergüenza por los segundos?

            He comenzado hablando de Kafka y de actores que no se duchan y termino escribiendo sobre la inutilidad de los planes de estudio en los que no se habla de Ortega y Gasset, Julián Marías y Salvador de Madariaga. Todo, como se puede ver, muy kafkiano. Aunque quizá alguna relación se podría buscar entre la mugre que acumula un cuerpo que no ve el agua en días o semanas y la fina pátina de ceguera ideológica que supone no leer y no querer leer más que aquello que nos da la razón; hasta que un día, al despertar, descubramos que ya somos un lemming más…o un enorme insecto.