Marco Antonio Torres Mazón
“Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. El inicio de Ana Karenina de Tolstoi me viene a la cabeza cada vez que veo un capítulo de la serie “Shtisel”, de la plataforma Netflix. Es una de esas series que uno comienza con un “bueno, voy a ver un par de capítulos y según vea la cosa así haré” y termina atrapado en la red familiar que plantea la historia. Y de eso se trata, ni más ni menos: una historia familiar como tantas otras.
Los Shtisel son una familia judía ortodoxa que vive en un barrio de Jerusalén. Allí están el padre, los hijos, las nueras, los yernos, los nietos y nietas y la abuela. Incluso hace acto de presencia, en más de un capítulo, la madre muerta. En los dos o tres primeros capítulos que se ven está uno más pendiente de las costumbres que le son ajenas que de otra cosa: las bendiciones antes de comer o beber, los gestos antes de entrar o salir de una estancia, el canto de los salmos, las lecciones talmúdicas, etc. Esto dura, como digo, los dos o tres primeros capítulos, justo lo que se necesita para conocer a los personajes y tomarles un inmenso cariño. Un cariño que no nace del hecho de que estos personajes sean perfectos, como no lo somos nadie, sino precisamente por la comprensión de sus defectos, de su profunda y humana imperfección. Es entonces cuando asistimos al milagro que se despliega ante nuestros ojos y comprendemos el secreto de la serie: esa familia, los Shtisel, es igual a la mía o, al menos, muy parecida.
Siendo como soy un devoto admirador de Tolstoi, nunca he estado muy de acuerdo con la frase inicial de Ana Karenina. Sí, es muy buena y muy literaria, pero no es verdad y eso, que no sea verdad, es raro en Tolstoi. No es verdad que las familias infelices lo sean cada una a su manera, ya que la infelicidad siempre aparece en las familias por las mismas causas: la muerte de alguno de sus miembros, problemas económicos, tensiones entre padres e hijos y entre hermanos, frustraciones por sueños no cumplidos y poco más. Y la forma de salir de estos problemas y de estas infelicidades siempre es la misma: tener paciencia y esperar…un capítulo más.
Muchas veces me ha sucedido que hablando con una persona de ciertos problemas familiares que yo creía únicos de la forma de ser de mi familia, resulta que esa persona me contesta: “Puf, si yo te contara cómo están las cosas en mi familia…”. Se le queda a uno el cuerpo un poco mejor al escuchar esto, para qué vamos a negarlo. Es muy malo sentirse solo en los infortunios. Hubiera estado mejor que Tolstoi comenzara su novela con la frase “En todas las casas cuecen habas y en la mía calderadas”. Quizá menos literario pero más verdadero. Y la vida sigue, para los Shtisel y para nosotros…un capítulo más.