Marco Antonio Torres Mazón.
Ya por fin caen las últimas (o penúltimas) barreras contra el Covid 19 y recuperamos el pulso de la vida poco a poco, latido a latido. Como el ejército que toma palmo a palmo, metro a metro, el terreno que el enemigo antaño le conquistara, así hemos ido todos nosotros avanzando hacia el punto cero del que un día partimos. Qué lejanos nos parece ahora aquel marzo de 2020, cuando todo nuestro mundo saltó por los aires con la parsimonia de un comunicado especial y una noticia en el telediario.
Ahora ya sí parece que todo vuelve a una cierta normalidad; no cuando lo dijeron hace unos meses, sino ahora que las vacunas están haciendo su efecto real sobre la masa de población vacunada y la incidencia vuelve a niveles más que aceptables. Porque no debemos olvidar, ni nadie nos puede hacer creer lo contrario, que todo esto ha sido posible gracias a las vacunas y “a pesar de” los gobiernos, “a pesar de” los políticos y “a pesar de” algunas personas. Empeñarse en ver las vacunas como un problema cuando han sido, como siempre, la solución solo cabe en cabezas poco dadas a pensar. Nunca he entendido ese aire de superioridad con las que los anti vacunas te miran, como diciéndote que ellos saben algo que tú no están capacitado para entender, cuando lo único que uno puede entender de estas personas es que, con su forma de (no) pensar, ponen en riesgo su salud y las de aquellos que les rodean. La actitud de estas personas, de los anti vacunas, siempre me han recordado un chiste que les voy a contar a continuación: Sobrevino una gran inundación, hasta el punto de que las personas tuvieron que buscar refugio en lo alto de los edificios. Una de ellas se puso a rezar. “Señor, sálvame de esta situación tan delicada”. Acto seguido apareció una lancha desde la que le gritaron: “Suba, que hay una plaza todavía y el nivel del agua está cada vez más alto”. “No”, contestó, “Yo estoy esperando que Dios me salve”. Y la lancha se marchó. Acto seguido apareció un helicóptero y con gritos le dijeron que se subiera a una escalera que le lanzaban, pero nuestro hombre les volvió a decir que no, que él estaba esperando que Dios le salvara. El nivel del agua subió tanto que el hombre terminó ahogándose. Al llegar al cielo, lo primero que hizo fue recriminar a Dios su actitud: “te recé para que me salvaras y me dejaste morir”, pero Dios le respondió: “No, eso no es así. Yo mandé una lancha en la que quedaba una plaza y un helicóptero con una escala para que subieras y tú no quisiste aceptar mi ayuda”.
Lo que se ha conseguido en tan poco tiempo con las vacunas es algo por lo que tendríamos que dar gracias. Si en marzo, cuando las cifras de muertos y contagiados estaban disparadas y todos los comercios cerrados, nos hubieran dicho que tan solo año y medio después estaríamos en posesión de varias vacunas hubiésemos dicho que eso sería un milagro. Efectivamente.