Nostalgia del Paraíso

Llega Mayo, florido y con los niños ya preparados para tomar su primera comunión. Todavía recuerdo mi comunión con esa extraña sensación de pensar que fue ayer mismo cuando sucedió; el tiempo que pasa, inclemente y descortés, sin un mínimo de educación para quienes ya vamos cumpliendo años. La hice con siete años. Era un niño pequeño y rechoncho, con los ojos rasgados de mi padre y el carácter, en muchos sentidos, de mi madre. Hay una foto, una de las pocas que tengo de ese día, en la que estamos mi padre, mi madre, mi hermana Gertrudis y yo. Mis padres detrás y nosotros delante. Mi padre y mi hermana en una fila y mi madre y yo en la otra. Es curioso ver que mi madre y yo tenemos cara de enfado y tenemos los brazos colocados exactamente igual, en una mímesis que es imposible ensayar. ¿Por qué estábamos disgustados en un día tan especial? Se lo pregunto a mi madre, tantos años después, y solo consigo dibujarle una sonrisa, pero no una razón. Es una de mis fotos favoritas de mi infancia, pues me define bastante esa pose de enfado que luego, claro está, se queda en nada.

Llega Mayo y la guerra en Ucrania todavía continúa e incluso se endurece, a pesar de haber pasado a ser la tercera o cuarta noticia en los telediarios. La actualidad manda, pensarán los directores de informativos, mientras se destapa una fosa con más de 9000 cadáveres que ya lo perdieron todo…hasta el nombre. La memoria del hombre actual es más selectiva que nunca. No hay noticia, por importante que sea, que aguante más de un mes abriendo los informativos, lo tengo comprobado. Ni la pandemia, ni el volcán de la Palma, ni la Guerra. Nada mantiene nuestra permanente atención más de tres o cuatro semanas, cinco como mucho. Nos hemos acostumbrado a la velocidad y cualquier atisbo de parsimonia nos pone nerviosos. Por eso este año, desde que comenzó en enero, me propuse leer a ratos, compartiendo lectura con otros libros, los cuadernos de Cioran. Escritos entre 1957 y 1972, son una serie de apuntes, a medio camino entre el diario y la anotación aforística, donde brilla siempre la inventiva y la gran inteligencia del escritor y pensador rumano. Menos pesimista de lo que uno podría esperar, sorprende encontrar en él algunos ramalazos de esperanza que me hacen sonreír.

 Leer un libro a pequeños sorbos durante muchos meses es algo que cada vez me gusta más. Lo hice con “Las confesiones” de San Agustín, con los “Ensayos” de Montaigne o con la “Vida de Samuel Johnson” de James Boswell. Libros en los que no solo buscas consuelo en tiempos de tribulación, sino también compañía. Algunas anotaciones son muy poéticas y están cargadas de cierto misterio, como cuando anota: “No hay más que una nostalgia: la del Paraíso. Y quizá la de España”. Sí, quizá la gran nostalgia sea la de recordar nuestra infancia, nuestro día de Primera Comunión, en una vieja fotografía y vernos reflejados en ese paraíso donde todo el tiempo y todas las personas que queremos todavía están a nuestro lado.

                Marco Antonio Torres Mazón