La corta distancia, las pocas palabras

Leo ahora, por las noches, justo antes de dormir, un pequeño libro de apenas 100 páginas que recoge algunos ensayos de Francis Bacon. Bacon, que según una interesante teoría bien pudo ser el autor de las obras de teatro firmadas con el nombre de William Shakespeare, escribe sobre los más variados temas, desde los más profundos a los más triviales, pero siempre con la seriedad del que quiere llegar al fondo de la cuestión tratada. Y lo hace, además, con unos ensayos que en algunos casos tienen la brevedad de una cuartilla, haciendo bueno a nuestro refranero: “Si lo bueno, breve,…”.

            No siempre en literatura, como en la vida, podemos pensar en largas extensiones, en volúmenes repletos de páginas, como los textos sobre Roma de Edward  Gibbon, la “Historia de Inglaterra” de David Hume o la “Historia de los heterodoxos españoles” de nuestro Menéndez Pelayo. No, a veces la distancia corta  y las pocas palabras nos bastan para saciarnos y para hacernos compañía. Hay libros que contienen en su interior una sección aforística, como “La colina de los chopos” de Juan Ramón Jiménez, “Más allá del bien y del mal” de Nietzsche o la parte final del “Atenas y Jerusalén” de Lev Shestov (que releo precisamente estos días). Libros que son capaces de encerrar todo un bosque en la diminuta belleza de una semilla. El aforismo, la frase certera o el axioma, como el buen refrán, consiguen esconder bajo su aparente sencillez toda una forma de pensar o, incluso, una filosofía. “Las alegrías de los padres son secretas y así lo son sus penas y temores; no pueden manifestar las unas ni manifestarán las otras”. Con esta frase, que bien podría ser un aforismo, comienza Francis Bacon su ensayo titulado “De los padres y los hijos”. Lo que hace básicamente a lo largo del ensayo el pensador inglés es desarrollar lo que ya ha enunciado en la primera línea, demostrando así que en una pequeña sucesión de palabras podemos ilustrar todo nuestro pensar.

            Hace unas semanas también se publicó un excelente libro de aforismos: “Caminos de intemperie”, de Ramón Andrés, poeta y ensayista especializado en filosofía y música, y que ha sido Premio Nacional de Poesía y Premio Nacional de Ensayo. En uno de los aforismos se pregunta dónde ha quedado Europa, pregunta que todos debemos hacernos al ver cómo día tras día se siguen sucediendo las imágenes de guerra en Ucrania. Lejos de caer en la melancolía sin esperanza, Ramón Andrés prefiere la poesía de lo cotidiano como respuesta: “…en alguna biblioteca solitaria, en la cocina a fuego lento de una anciana, en un violín Amati, en una copa tallada, en la azotea cuando alguien canta al tender la ropa”. Sí, en todos esos lugares y objetos está Europa.

            El pensamiento concentrado se parece a la belleza de la rosa ya cuajada de primavera: nos regala un instante fugaz de máxima belleza y toda una eternidad para poder vivir en su recuerdo.

            Marco Antonio Torres Mazón