Llevo toda la semana pensando en jardines. Sí, soy consciente de que es un poco raro, pero qué le vamos a hacer, uno es como es. Jardines y otras cuestiones, claro. Jardines o berenjenales como el que se ha metido el gobierno, donde te puedes encontrar con animales mitológicos como el pegasus… La casualidad quiso que mientras yo pensaba en estas cosas entre mis manos seguía el libro de ensayos de Francis Bacon del que les hablaba la semana pasada, ¿recuerdan? Uno de sus ensayos (uno de los más hermosos, además) lleva por título “De los jardines”. Dice el sabio inglés: “Creo que, en las reales ordenanzas de los jardines, debiera haber jardines para todos los meses del año en los cuales, variadamente, determinados elementos de belleza estuvieran en sazón”. Lo que nos viene a decir Bacon es: hay una porción de belleza en todos los meses del año y, de alguna manera, en todas las personas. Continúa entonces una relación por meses y estaciones de las plantas y flores y árboles frutales que tienen los jardines. La poética de la repetición, la verdad de la letanía: “En mayo y junio vienen los claveles de todo tipo, especialmente los rojos; rosas de todas clases; excepto la almizcleña que se da más tarde; madreselvas, fresas, endrinas, aguileñas, caléndula y caléndula africana, cerezos con fruto, grosellas, higos, frambuesas, parra, espliego en flor, satirión, con la flor blanca; moscatel, lirio del valle, manzano en flor”. Hay más literatura, y más vida, en esta relación de Bacon que en toda la literatura que pueda usted encontrar bajo el epígrafe de “Novedad”.
La caléndula africana me llevó, vía aromática, a recordar el pasaje más bello de las “Confesiones” de San Agustín. El pasaje de la verdadera conversión interna del santo que tiene lugar en un entorno inmejorable: un jardín. Allí, entre el trino de los pájaros, el olor de las flores y el murmullo del agua de la fuente, tiene lugar el radical cambio que cambió, a su vez, toda Europa y todo el mundo. Toda conversión es un quebrarse por dentro para volver a nacer con nuevos ojos. Una ruptura interior que se produce con la misma naturalidad con la que el pajarillo se acerca a la fuente para beber agua, y bajo la misma ley mecánica: la sed.
Voltaire nos hablaba en su “Cándido” de la necesidad de cultivar nuestro propio jardín o huerto. El tiempo y la madurez nos hacen comprender que esa aseveración es más cierta de lo que en un principio podríamos imaginar. Un jardín interior que tenemos toda una vida para ir plantando, regando, cuidando. Un jardín interior que reflejará su belleza en todos y cada uno de los actos exteriores que realicemos. Un jardín o un huerto donde se dirimen las decisiones más importantes de nuestra vida.
Jesús, en el Evangelio, se retira al huerto de los olivos en la que será la noche más larga y amarga. Un huerto lleno de los aromas de la estación propicia.
Sí, llevo toda la semana pensando en jardines, etc.
Marco Antonio Torres Mazón.