Entrar a la Confitería de la Viuda de Vicente Torregrosa es hacerlo a un pequeño templo en el que se encuentra la misma variedad de pasteles y dulces que cuando abrió sus puertas en el año 1956. Allí están, como si el tiempo no hubiera pasado, los sensacionales merengues que le han dado fama al establecimiento, las costillas, las milhojas, los bizcochos borrachos, los palos catalanes, las pezuñas, los riñones, el tocino de cielo, el tortel… Entrar es hacer un viaje a la confitería y repostería más antigua y tradicional que se conoce en Torrevieja.
Vicente Torregrosa Cerdán, apodado cariñosamente como “El Camarroja”, fue el confitero de uno de los establecimientos con más solera y popularidad de Torrevieja, “La Malagueña”. Tanta era la confianza que Vicente tenía con su jefe y propietario, Pepe Bernabéu, que a su primer hijo le puso su nombre, Pepe. “La Malagueña” fue una de las referencias de la confitería local junto a “La Campana”, “La Inmaculada” (“Chavea”) o la actual “Monge”, que todavía pervive. Años después Vicente arrendó la también muy conocida Confitería de Pepe Sala, donde ya le ayudaba en sus tareas en aquellos tiempos el hermano de su esposa, José Hernández Pérez, quien compaginaba esta labor con su dedicación a la navegación y a las salinas, como tantos torrevejenses hacían. Y así hasta el año 1956, cuando Vicente Torregrosa falleció dejando a su esposa y sus dos hijos pequeños. Fue entonces cuando su viuda, María Hernández Pérez, con la ayuda de su hermano, decidieron abrir una pequeña confitería frente al Mercado de Abastos en la calle Joaquín Chapaprieta, justo donde continúa abierta en la actualidad. Su hermano lo dejó todo para ayudarles y María, la encargada junto a su madre, que le echaba una mano, despachaba en el mostrador mientras él estaba al frente del obrador con la ayuda de un joven oficial que estuvo poco tiempo. Alquilaron el pequeño local donde todavía hoy está la confitería a Antonio García López, a quien pagaban una cuota mensual de 1.050 pesetas, una cantidad que continuó invariable hasta que en el año 2015 la familia lo adquirió en propiedad. Es por ello que durante 60 años la estética de los 66 metros cuadrados del local permaneció intacta hasta la reforma que recientemente han hecho.
Fue cuando José Hernández se quedó sin su oficial cuando se incorporó el hijo mayor de Vicente y María, Pepe, que tenía doce años, mientras que su hermano Vicente tenía ocho. Pepe estudiaba con el entonces vicario de Torrevieja, D. José Lloret Urrios, en la Academia Himaro, pero tuvo que dejarlo para comenzar el oficio al que se ha dedicado hasta hace muy poquito, cuando se ha jubilado, aunque sigue acudiendo a la confitería cada día porque esa es su vida. Allí estuvo mano a mano con su tío hasta que se jubiló en 1992. Al poco, en 1995, falleció María, su madre, a la que todavía se le recuerda por su amabilidad y buen hacer al frente del mostrador de su establecimiento. A partir de ahí Pepe Torregrosa se hizo cargo de la confitería con su esposa, Elena Ballester Ocaña, a la que muchos recuerdan como la guapísima Reina de la Sal de 1965. Los dos se sienten orgullosos de la variedad de pasteles que siguen ofreciendo, especialmente de sus merengues y tortadas “que muchos clientes, incluso algunos que vienen de fuera expresamente, dicen que son los mejores”. La tradición ha pasado de padres a hijos “y por eso sigue la misma oferta de pasteles, porque no tenemos tiempo de cambiar”, nos cuenta Pepe. “Entran chicas y chicos de unos 40 años que vienen pidiendo las empanadillas o los pasteles de carne que probaban cuando eran niños”, nos dice, lamentando que hay pasteles que han caído casi en el olvido como son los valarinos y los chatos -que siguen elaborándose por encargo o en el mes de diciembre, coincidiendo con La Purísima y Navidad-. Pepe también recuerda con nostalgia aquellas fechas señaladas de La Purísima cuando se formaban grandes colas y les era imposible hacer más tortadas.
Hoy la popular y querida confitería de “El Camarroja” ya va por su tercera generación. Desde el 2 de enero de 2017 está al frente del obrador el hijo de Pepe y Elena, José Vicente Torregrosa Ballester, un joven que se ha criado en el establecimiento y que ha ayudado desde siempre. Él ha garantizado la continuidad de esta prestigiosa confitería y sus antiguas fórmulas, a pesar de que la familia pensó en cerrar cuando Pepe estuvo enfermo varios meses y tuvieron que parar la actividad por un tiempo. Pero José Vicente ha tomado el testigo y los pasteles siguen tan deliciosos como siempre.
62 años alaban a esta pequeña confitería que guarda una larga historia, genuina, dulce y salada, y sobre todo artesana, algo que sigue siendo su principal seña de identidad.