Benedicto XVI: La profunda y alegre humanidad del hombre

En el último artículo que publiqué en este semanario, en el que les deseaba a todos una feliz Navidad, aprovechaba también para hacer algún pequeño comentario sobre el libro «La bendición de la Navidad. Meditaciones», de Benedicto XVI. Cuando escribí ese artículo ni siquiera el Papa Francisco había pedido a los fieles cristianos rezar por la salud del Papa emérito. Y ahora, en este inicio de 2023, cuando los días todavía huelen a ropa recién estrenada, me veo en la obligación (moral, teológica, humana) de escribir unas pocas palabras que sean, al menos, un pequeño homenaje para una figura que, estoy seguro, crecerá a medida que el tiempo vaya pasando, como esas sombras que alargan su presencia conforme la distancia se hace más evidente.
Escribo estas líneas precisamente en el día en el que se celebrará su entierro, día en el que por todas las ciudades españolas las cabalgatas de sus Majestades de Oriente recorrerán todos los rincones y, amparados por la oscuridad de la noche, dejarán de nuevo los presentes que tanto anhelamos, que tanto necesitamos. Cuántas palabras hermosas (hermosas en tanto que en ellas late la verdad profunda y esencial) escribió Benedicto XVI acerca del nacimiento de Jesús, de la visita de los pastores, de la Estrella que guiaba a los Reyes Magos. Que su marcha coincida con este tiempo litúrgico es como una última lección.
La Iglesia tiene ahora un gran tesoro en sus manos. La obra escrita por Benedicto XVI es tan enorme que podemos tardar toda una vida en asimilarla, entenderla, meditarla, interiorizarla… De hecho, son ya muchas las voces que piden que se le declare Doctor de la Iglesia. Desde luego, y solo hace falta acercarse a sus escritos con la mirada limpia, nadie en las últimas décadas intentó con más ahínco propiciar un diálogo entre fe y razón. Lean, por ejemplo, su encuentro con el filósofo Jürgen Habermas.

Estos días recordaba lo que escribió José Jiménez Lozano a propósito de la renuncia de Benedicto XVI al «Oficio de Pedro» en su libro «Impresiones provinciales» ( de claras resonancias pascalianas, siendo Pascal un autor que sobrevuela la imprescindible trilogía sobre Jesús de Nazaret), una frase que expone, a mi modo de ver, lo esencial de la figura del Papa emérito: «La importancia está en la profundidad y la alegría con la que ha ensanchado el ámbito del pensamiento y su lucha por la razón y la humanidad del hombre». Profundidad… alegría… ensanchamiento… humanidad. Su legado, repito, es un tesoro que debemos conocer, que estamos obligados a promulgar y que tenemos que conservar. Es palabra que, en tierra buena, germinó y creció y dio fruto.
No crea, querido lector, que estoy triste o que comienzo el año escribiendo un obituario, una necrológica… No, nada de eso. Este artículo no es otra cosa que una sincera y emocionada y necesaria acción de gracias.

Marco Antonio Torres Mazón