A todos los que sufren
De un Domingo de Ramos cuando era niño, con mis padres, mis hermanos, mis abuelas; día familiar donde había que estrenar algo, aunque fueran unos calcetines, mientras mi pequeña mano trataba de agarrar con fuerza la palma, que se iba para todos lados. De un Domingo de Ramos cuando ya era más mayor, escuchando una persiana levantarse y la gente sorprendida al contemplar Tu rostro, encendido de velas y perfumado de incienso; el rostro que siempre confía…que espera…que se fía…De otro Domingo de Ramos ya sin ti, papá, pero ya contigo, mi pequeña… Y de otro Domingo de Ramos, y de otro, y de otro, vividos con amigos que son hermanos, que son familia que la vida nos regala. Siempre hablo de un Domingo de Ramos cuando hablo de Esperanza. Pero también del arco que va de ese domingo al siguiente, de Resurrección, en el que se te despoja de la oscuridad que te viste; Siete días que van de la entrada triunfal al Triunfo final; en el que se comienza a caminar lleno de esperanza, pero poco a poco el miedo va ganando terreno, entran las dudas, llega la soledad, la cruz, el dolor, la renuncia. ¿Dónde quedó la esperanza entonces? Es como el pábilo vacilante que a punto está de perder su fuerza final y apagarse pero que, contra todo pronóstico, sigue regalándonos su luz. Luz que aguarda en el sepulcro y que inunda el mundo cuando la piedra es movida, descorrida y apartada. Luz de domingo. Luz de Pascua. Luz de Esperanza. Pero primero la cruz. Eso es lo que nos cuesta tanto entender a veces. Le pasó a Unamuno, mi admirado Unamuno, cuando visitó el Cristo de las Claras de Palencia; cuando contempló su rostro y su cuerpo sin vida, lleno de sangre y de magulladuras, expresión del dolor del mundo, oscuridad sin esperanza, ausencia de luz. “Cristo que, siendo polvo, al polvo ha vuelto;/ Cristo que, pues que duerme, nada espera. /Del polvo prehumano con que luego / nuestro Padre del cielo a Adán hiciera / se nos formó este Cristo tras-humano / sin más cruz que la tierra”. Y sigue el poema, claro, como sigue la vida. Como en el primer movimiento de la Pasión según san Juan, de Bach, con ese torbellino de voces que te envuelve y te taladra el alma y te vacía las entrañas de toda luz y toda esperanza. Pero no, no, no, también ahí tiene que estar la luz y la espera y la esperanza. C.S.Lewis pensaba que Dios nos cincelaba para hacernos más bellos, pero que cada golpe de cincel nos dolía y nos hacía sufrir. Pero recuerda el Domingo de Ramos, con su alegría infantil, ilusionante. Y mucho más atrás, recuerda el día de Navidad; recuerda el pesebre. De esa madera está hecha la cruz. De esa madera está hecha nuestra espera. Recuerda todo esto cuando te preguntes de qué hablo cuando hablo de Esperanza.
Marco Antonio Torres Mazón